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Encontró cadáveres por todas partes: pero éstos no vestían el uniforme verdoso. Habían caído muchos de los suyos en la ofensiva salvadora.

Pero habían ocurrido las cosas de un modo tan confuso e ilógico, que no sabía Fernando ciertamente si era él quien había repelido a la joven o ella la que le había abandonado a impulsos de un nuevo deseo. Pasó el resto de la tarde hablando con unos brasileños que iban a transbordar en Montevideo, siguiendo ríos arriba hasta el interior de su país.

Había recordado súbitamente que Isidora pleiteaba con una casa noble. ¡Cielo santo!, aquella casa era la de Aransis, , recordaba haber oído vagas noticias sobre ello, porque Isidora hablaba de su pleito sin nombrar jamás a la marquesa. Sin duda las cosas importunas dichas por Bou al visitar las salas habían ofendido a la joven, que se suponía heredera y lo era sin duda de tan ilustre familia.

Ahora, por primera vez en su vida, le habían puesto cinco hermosas guineas en la mano; nadie se proponía compartirlas con él, y él no quería lo bastante a ningún hombre para ofrecerle una parte. Pero, ¿qué valor tenían las guineas ante los ojos de Marner, que no veía más perspectiva que la de innumerables días de trabajo en su telar?

Ojeda interrumpió estas lamentaciones. Quería saber el motivo del duelo y quiénes eran los combatientes. Se expresó Maltrana con triste dignidad. Había sido al final de la fiesta en su honor, cuando más contentos y fraternales se mostraban los amigos. Muchos se habían retirado a sus camarotes. Eran las tres de la madrugada.

Las alegrías que no había tenido en su niñez, el gozo y el contento de que no había gustado en los primeros años de su juventud, la bulliciosa actividad y travesura que una madre adusta y un marido viejo habían contenido y como represado en ella hasta entonces, se diría que brotaron de repente en su alma, como retoñan las hojas verdes de los árboles, cuando las nieves y los hielos de un invierno rigoroso y dilatado han retardado su germinación.

Tomó la costumbre de no despedir sin limosna a ningún pobre que se la pidiese, pues, además de dictárselo así su corazón, tenía la multitud de casos en que Nuestro Señor o la Virgen se habían aparecido bajo la forma de pordioseros a muchos santos y santas. El temor y el deseo de que otro tanto le sucediese a ella, la obligaba a escudriñar el semblante de los pobres con cierta emoción.

Tomó un coche en la Puerta del Sol y dio las señas. Pocos minutos después se bajaba delante del hotel que ocupaba el marqués. Preguntó al portero. El señor y la señora habían salido hacía ya una hora con su primo el marqués del Lago y una señorita. ¿No sabe usted dónde han ido? No, señor..., pero aguarde usted un momento. Tomó la bocina del tubo acústico y llamó.

Para representar dignamente á los convecinos pidió prestadas unas grandes espuelas que, según tradición, habían pertenecido á cierto gaucho salteño de los que á las órdenes de Güemes combatieron contra los españoles por la independencia del país.

3.º Que se prohibía á las mujeres presentarse en traje de hombres, y que, al alternar con los demás actores, habían de ser acompañadas de sus padres ó esposos. 4.º Que se vedaba la asistencia á los teatros á prelados, clérigos y frailes.