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¿Te acuerdas de lo que te decía en el tren, hablándote de él?... ¿Hace mucho que está al servicio de ustedes? Más de diez años, y gracias a él la estancia ha prosperado, porque tiene todas las condiciones imaginables, sin ningún defecto: es honradísimo a carta cabal y trabajador sin descanso. ¿Y su familia, ché?

Los jóvenes ansiosos de que alguien se fijase en ellos se preguntaban si habría baile en la tertulia de Momaren. La entrada del poeta nacional sembró la consternación entre las señoritas masculinas aspirantes al matrimonio. ¿Cómo vamos á bailar si ha llegado Golbasto, el más acaparador de los poetas?... Toda la reunión será para él.

Sobre ella ha alzado Bergia el estandarte de su grandeza moral y política. ¡Oh! La hojalata tiene también su epopeya. El cielo estaba despejado; el sol derramaba libremente sus rayos, y la vasta pertenencia de Socartes resplandecía con súbito tono rojo.

Todo se reduce á lo siguiente: Hay un partido, unos cuantos hombres que se llaman liberales sensatos, que predican el orden y el respeto á las leyes. Todo esto es muy bueno. Pero el pueblo ha cobrado gran odio á esa gente, que es, según cree el Rey, el apoyo de la Constitución.

En la esfera textoria ha aparecido recientemente un producto que lo suponen algunos superior á todos los de su clase. Este se llama el ramio y sus partidarios creen ver en la siembra de este textil la salvación de la riqueza agrícola, no solamente de España si que también de las provincias ultramarinas.

¿Pues qué, se ha ido Jacques? les preguntó. respondió la vizcondesa ; acaba de irse.

Señora, aseguro a usted que partiré de madrugada. Me ha detenido tan sólo la broma que pensamos dar a Congosto... Sea testigo Araceli de lo que digo. La condesa sin aguardar más, abrió la mampara, y las dos muchachas aparecieron ante nosotros. Asunción no podía ocultar la angustia que la dominaba y quiso retirarse.

Sigue a esto dijo a su padre Maravillas, interrumpiendo la lectura , un largo párrafo muy bonito y de gran efecto, de conjuros y de apóstrofes por el estilo de los que ha oído usted, que duran hasta la mitad de esta segunda columna, y digo enseguida... «¿Sabes por qué eres andrajosa, y fea y esclava vil y degradada, ¡oh, Villavieja infelice?

Los médicos de Londres y de París me habían firmado mi pasaporte y yo buscaba también un sitio para morir. Lo elegí en las islas Jónicas, en la parte meridional de Corfú. Me instalé allí esperando mi hora y me encontré bien, tan bien, que la hora pasó. El médico tomó la palabra con la desenvoltura que reina en las mesas redondas de Italia: ¿Usted ha estado tísico, señor?

Instintivamente, sin darse el trabajo de desenmarañar los confusos pensamientos que le asaltan, ve con la imaginación á la duquesa de Delille. ¿Por qué ha abandonado el príncipe sus prudentes doctrinas?... Se acuerda, como de un pasado dichoso, de los tiempos en que florecían «los enemigos de la mujer». No han transcurrido mas que cuatro meses, y parece que sean siglos. ¡Un duelo en plena guerra... y con un oficial!... ¡Y este oficial es Martínez, su héroe!...