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Pasaban otras parejas como ellos; pasaban perros, algún guardia civil acompañando a una criada decente; pastores conduciendo cabras; pasaban también hormigas, y de cuando en cuando pasaba rapidísima por el suelo la sombra de un ave que volaba por encima de sus cabezas. Y ellos charla que charla. Miquis empezó contándole su historia de estudiante, toda de peripecias graciosas.

Envió á Alí Portu con 15 galeras por guardia del Archipiélago. En viniéndole la orden, se partió para Constantinopla, donde entramos á los 27 de septiembre. Entró la Real delante, con todas las galeras de fanal en su hilera, con muchas banderas y estandartes arbolados, arrastrando los nuestros como solían. Tras éstas venían todas las galeras de la presa.

Sea lo que debe ser dijo doña Clara ; continuemos: como capitán de la guardia del rey, cuando estéis de servicio, recibiréis en muchas ocasiones las órdenes directamente de su majestad, en particular en las partidas de caza, donde por vuestro oficio estaréis junto al rey. En una palabra: estáis al servicio inmediato de su majestad.

Gasta con arreglo á lo que eres.» Y el hijo seguía fielmente sus consejos, sin pedirle nada á ella, entendiéndose directamente con los administradores rusos. Según los cálculos de don Marcos, el teniente de la Guardia gastaba unos tres millones por año. Su cuadra de caballos de carrera era la más célebre de la capital.

¿Qué fuerza es esa, barón? Una compañía famosa, llamada la Guardia Blanca. Con gran sorpresa del barón, sus palabras fueron acogidas con unánime carcajada. El mismo príncipe y los dos reyes extranjeros participaron de la hilaridad general.

Pasamos bajo el umbral de la puerta crítica, y entramos al imperio frances. Para entrar á Francia no era bastante pisar el territorio frances: se necesitaba ser timbrado, registrado y filiado, ó pasar bajo las horcas caudinas de la aduana y la policía. La Francia, como nacion, no es un pueblo: es una aduana y un puesto de guardia.

A la vuelta dimos un paseo por la calle Ancha y la plaza de Mina, y volvimos a casa. El encuentro con don Matías me preocupaba. Aquella estúpida insinuación del señor Cepeda de que se burlarían de me intranquilizaba. Era muy suspicaz, como todos los hombres tímidos, y estaba siempre en guardia, creyendo ver ofensas en cualquier cosa.

Juntos todos, con la música completa, se abre el cajón y descubre el real retrato repitiendo varias veces: «Viva el Rey, Nuestro Señor, don Carlos III», y se pone una guardia con las banderas, y dos centinelas efectivas delante del real retrato.

Y eso que yo aún conservo cierto olfato de mis tiempos de guardia civil. He pasado días enteros en las inmediaciones del cerro del Pimiento.

¡Claudio Latour y la Guardia Blanca! exclamaron á una voz los presentes, casi todos conocedores de los altos hechos de aquel esforzado capitán y del invencible cuerpo de su mando, los famosos Arqueros Blancos, que habían tomando parte principalísima en las luchas contra Francia. ¡Bravo, camaradas!