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Todos os queremos tener por capitán en esta próxima campaña; y lo que la Guardia Blanca quiere ¿quién lo impide? ¡Pues me gusta! exclamó el barón sin ocultar su contento. La verdad es que si todos aquellos arqueros se os parecen, no hay jefe que no deba sentirse orgulloso de mandarlos. ¿Cómo os llamáis? Simón Aluardo, del condado de Austin. ¿Y el gigante ese?

Dejadlo ir dijo el Sultán , y , agradable Abu-el-Casín, vuela a la Alcazaba y registra el último agujero de sus murallas y subterráneos, hasta dar con ese loco recomendado por el otro loco. Oyendo y obedeciendo respondió el capitán de la guardia, y desapareció abriendo y cerrando los brazos y bajando la cabeza.

Luego al punto se destinaron diez Juanistas, y casi otros tantos de San Angel, para que fuesen hácia los montes, adonde se haria alto; y del pueblo de San Miguel, un capitan del campo que estaba de guardia en Santa Tecla, para que avisase á los suyos el estado en que estaban las cosas: porque se decia que por aquella parte amagaban los enemigos, y que ya habia dos meses que caminaban, á saber, desde el 5 de Diciembre.

Decían los que reparaban en ellos por conocerlos bien, que los vigilaba mucho la Guardia civil; sería o no verdad; pero era indudable que ellos huían de la pareja que andaba en la romería, como el diablo de la cruz.

Recuerdo haber oído decir a mi médico que en algunos casos se pierde completamente la vista por unas horas, por un día... Serénese usted, mi amigo D. Francisco, y tómese un vasito de agua con un poco de vino. Pronto vuelvo. Salió diligente, con ganas sinceras de servir, y no hallando al médico que vivía en la casa, fue a buscar al de guardia.

Si yo tuviera relaciones con un rey ó un príncipe heredero, tal vez permitiría que nos viéramos en su casa, y hasta su monseñor montaría la guardia. Pasó un rato silenciosa, con los ojos inquietantes fijos en Miguel.

Cuando se irguió, le conocí, a pesar de hacer seis meses que no le veía: era el concurrente a las antesalas del Ministerio del Interior, el visitante del mayordomo, don Tomás Regnier, aquel hombre cuya miseria tanto me había llamado la atención en mis horas de guardia, frente a la puerta de la sala de espera y cuya silueta he presentado al comenzar estas Memorias. ¡Hola amigo!, ¿qué hace?

Me dio como un desafío, el consejo de preguntar a mis amigos. Usted... los de Oreve... Pregunte usted a los de Oreve, si eso le tranquiliza... pero yo afirmo que no nada. Puede usted creer que soy demasiado amigo suyo para no ponerle en guardia si creyese indigna a su prometida.

Ya no se ve a los señores alternando con los pobres en las vendimias, bailando con las muchachas y requebrándolas como un gañán joven. La guardia civil corre el campo como en los tiempos que salían bandidos a las carreteras... ¿Y todo por qué, señor?

Sin pérdida de tiempo se dirigió al Gobierno civil, habló con el secretario que era su amigo y logró que se pusieran telegramas para que se le detuviese en el camino. Al día siguiente supo que se le había detenido en Palencia y que regresaba aquella noche conducido por la guardia civil.