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A Miguel se le figuró que su tío le estaba insultando, por lo que, aprovechando una de sus vueltas, le hizo algunas muecas despreciativas, y, no satisfecho con esto, a otra vuelta una seña harto más grosera que le había enseñado el lacayo, y que a poder verla hubiera dejado absorto al respetable caballero.

Otra falta notamos en el poeta francés. El lugar de la acción es en la obra original Castilla la Vieja, de acuerdo con la historia; Corneille, al contrario, sin motivo alguno fundado, lo traslada á Sevilla, que supone ser también la corte castellana; falta histórica grosera, puesto que aquella ciudad, en la época en que ocurre la acción, y más de un siglo después de la muerte del héroe, se encontraba en poder de los moros.

Lo particular era que la sensualidad, la parte grosera del amor, permanecía en ella velada por un pudor admirable. Jamás habló de resistencia, ni de perdición, ni echó en cara lo que daba, ni tuvo miedo, ni alardeó de doncellez.

El campamento de la Presa le parecía ahora distinto al de algunas semanas antes. Su aspecto exterior era el mismo, pero su vida interna se transformaba de un modo inquietante. Iban perdiéndose la dulzura monótona y la confianza algo grosera con que se trataban todos siempre.

Los agravios se le revolvían en el seno, saliéndole a los labios en esa forma descomedida y grosera de las hijas del pueblo, cuando se ponen a reñir. «¡La cojo y la...! decía para clavándose las uñas en sus propios brazos . ¿Que es un ángel? Pues que lo sea... ¿Que es una santa? ¿Y a qué?...». Pero de los labios para fuera, nada... «¡Qué cobarde soy!

Este acento inglés es ya más distinguido y más chic que la erre nasal ó gangosa que otras damas emplean á fin de parecer educadas en París de Francia. La clase media, sigue el Sr. Taylor, es ignorante, grosera y sucia. Supone enorme distancia, un abismo, entre nuestra nobleza y el pueblo. No cómo ha podido notar esto en el país más democrático del mundo, que es España.

Pues mira, Nieves: me carga por ser broma, y por lo de Rufita; ya sabes que tengo atravesada aquí, detrás de la misma nuez, a esa tarasca de los demonios, grosera y sin pizca de educación. ¡Es posible que lo tomes en serio? ¡Bah!

Este es el tercer personaje de los cuatro que formaban mi auditorio, y éste el que expuso su modo de pensar, diciendo: «No está sino muy bien. Hay que pintar la vida tal como es: repugnante, soez, grosera. El mundo es así: no nos toca á nosotros reformarlo, suponiéndolo á nuestro capricho y antojo; nos cumple sólo retratar las cosas como son, y las cosas son feas.

En fin, arrellanándose en su butaca y suspirando profundamente, me dijo con una simplicidad de que le estoy agradecido: Está bien, señor: le doy mil gracias. Este rasgo de grosera probidad, por el cual la señora de Laroque tuvo el buen gusto de no cumplimentarme, no dejó por eso de hacerle concebir una gran idea de la capacidad y de las virtudes de su intendente.

Este hijo de la Auvernia contaba veinticuatro o veinticinco años de edad, y poseía la constitución de un verdadero Hércules: alto, grueso, rechoncho, colorado; fuerte como un buey de labor, dulce y fácil de conducir como un corderillo blanco. Imaginaos un hombre fabricado de la pasta mejor, al par que la más grosera.