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El doctor hallaba natural que fuese San José el escogido para esta glorificación; el santo resignado y sin voluntad, con la pureza gris de la impotencia, hermoso molde escogido por aquellos educadores para formar la sociedad del porvenir. Adivinábase la proximidad de la villa.

No logré oir una sola frase espiritual, un concepto agudo, una palabra verdaderamente fina y elegante. La función parlante de los mozos era puro ejercicio de la campanilla y la laringe, sin intervención del espíritu ni del cerebro, cuya masa gris está tan apelmazada, compacta y oscura como el pelo.

Me encuentro sólo, olvidado, sobre una isla de arena, un medio del agua. Ni á uno ni á otro lado distingo la tierra; la curva vaporosa del horizonte une el lienzo gris del río con la bóveda del cielo. Una de las riberas está tan lejos que ni siquiera distingo las sinuosidades, y los árboles me parece que se levantan encima de las aguas como una muralla de verdura.

Formaban la barrera de enfrente la montaña atravesada delante del cerro de la izquierda, y otra que la seguía hacia mi derecha, bien poblada de vegetación en su base, de color pardo muy obscuro en la mitad, de alto abajo, de lo que pudiera llamarse su tronco; de verde crudísimo en la otra mitad, y con la enorme cabeza gris, como un cráneo despellejado y seco, entornada hacia el hombro izquierdo, con la blanca osamenta al aire también.

Por doquiera resonaba la voz de los mozos de labor estimulando a las yuntas y aquel grito especialmente local, quejumbroso, se prolongaba indefinidamente en la calma absoluta de aquel día gris. De vez en cuando, a través de la atmósfera caía la lluvia fina y caliente, semejante a una cortina de ligera gasa. El mar comenzaba a rugir en los estrechos de las escarpas. Seguimos la costa.

Al amanecer, por las callejuelas estrechas, sólo se ve alguna mujer, corriendo de puerta en puerta, golpeándolas violentamente, para avisar a los pescadores. Las golondrinas pasan rasando el suelo, persiguiéndose y chillando.... Los días de lluvia Lúzaro me gusta más. Esa tristeza monótona del tiempo gris no me molesta. Es para como un recuerdo amable de los días infantiles.

El arroyo tiene entonces el color gris del hierro; las hierbas del fondo ondulan tristemente; el agua, tan alegre y susurrante en la época de las flores, parece que en su masa lleve algo doloroso y sombrío. Algunos viejos raigones situados cerca de la orilla aparecen cubiertos con mantos de nieve.

El anciano Brenn, al borde de la peña, con su pipa negra entre los dientes, las mejillas arrugadas como una hoja de col pasada, la nariz redonda, el bigote gris, los párpados fláccidos, caídos sobre el ojo sanguinolento, y las largas mangas de su hopalanda, que descendían a ambos lados del cuerpo, el viejo Brenn miraba hacia los diferentes puntos de la montaña que Hullin le indicaba; y los otros dos, envueltos en sus amplias capas pardas, se adelantaban, retrocedían, se llevaban las manos a las cejas y parecían absortos por una atención profunda.

Los dos envainaron, y Ramiro tomó por la angosta calleja, en la dirección del Nordeste, hacia un paraje solitario dentro de los muros, que él había observado en uno de sus paseos. Gonzalo marchaba a la izquierda, y su capa gris semejaba una tela de plata entre la incierta claridad de la noche. Llegados que fueron ante un viejo portalón, Ramiro se detuvo y trató de violentar el cerrojo.

Y durante toda la velada permaneció sentado en su choza despojada de su tesoro, no preocupándose de cerrar los postigos ni la puerta, oprimiéndose la cabeza entre las manos y gimiendo, hasta que lo tomó el frío y le advirtió que su fuego no era más que una ceniza gris.