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El seminarista admiraba a estos hombres, agigantados por la nebulosidad de la historia antigua y las alabanzas de la Iglesia. Para él, eran los seres más grandes del mundo después de los papas, y aun alguna vez superiores a éstos.

La idiota, la cretina, me había enseñado mi deber. De modo que, en aquello que me parecía inferior á la humanidad, encontraba una benevolencia de la cual carecen muchas veces los que se tienen por grandes y por fuertes.

En dichas regiones de la Tierra, las épocas del frío son la primavera y el verano, y el otoño é invierno las de grandes calores. Es fácil darse cuenta de la oposición de las estaciones en ambos hemisferios con sólo estudiar las causas astronómicas de las variaciones de la temperatura.

Salimos del gabinete Amaranta y yo, dejándolas solas para que hablaran a su gusto; pero la condesa apostándose tras de la puerta, me dijo con malicioso acento: Yo me quedo aquí para oírlo todo. Será curioso lo que hablen. Ya sabes que en palacio he realizado grandes cosas escuchando detrás de las cortinas. No es ningún negocio de Estado lo que van a tratar. Yo me voy.

Las azucenas de blanco raso erguíanse con cierto desmayo, como las señoritas en traje de baile que la pobre Borda había admirado muchas veces en las estampas; las camelias de color carnoso hacían pensar en tibias desnudeces, en grandes señoras indolentemente tendidas, mostrando los misterios de su piel de seda; las violetas coqueteaban ocultándose entre las hojas para denunciarse con su perfume; las margaritas destacábanse como botones de oro mate; los claveles, cual avalancha revolucionaria de gorros rojos, cubrían los bancales y asaltaban los senderos; arriba, las magnolias balanceaban su blanco cogollo como un incensario de marfil que esparcía incienso más grato que el de las iglesias; y los pensamientos, maliciosos duendes, sacaban por entre el follaje sus gorras de terciopelo morado, y guiñando las caritas barbadas, parecían decir a la chica: Borda, Bordeta... nos asamos. ¡Por Dios! ¡Un poquito de agua!

El sonrosado de la aurora se diluye gradualmente en la celeste diafanidad cenital, como si aquella coloración rojiza del primer instante hubiera sido absorbida por el mismo sol, de tal modo a su paso el rojo de su propia irradiación se desvanece y el contorno de la inextinguible hoguera se destaca nítido en la eucarística limpidez del cielo. Es la hora de las grandes honestidades...

Diome el Señor, para compensarme de la ceguera, una memoria feliz, y gracias a ella he sacado algún provecho de las lecturas; pues aunque éstas han sido sin método, yo al fin y al cabo he logrado poner algún orden en las ideas que iban entrando en mi entendimiento. ¡Qué delicias tan grandes las mías al entender el orden admirable del Universo, el concertado rodar de los astros, el giro de los átomos pequeñitos, y después las leyes, más admirable aún, que gobiernan nuestra alma!

Sin duda era entonces el clima de nuestros campos tan frió como lo es hoy el de las grandes cimas y la zona boreal; pero poco á poco se hizo más benigna la temperatura: las plantas á quienes agrada el áspero aliento del invierno tuvieron que huir, unas hacia el Norte, otras hacia las pendientes de los montes.

Había aportado a grandes y fértiles islas, y poco más allá casi daba por seguro que debían de estar Cipango y otros países visitados por Marco Polo. Se jactó también Colón de haber descubierto extensa costa al parecer de un gran continente, y supuso que aquello era el extremo oriental del Asia, y que más al Norte estaba el Catay, y la India más al Mediodía.

No había camino del castillo a la puerta de la tapia; la avenida principal estaba casi borrada por las hierbas y por los arbustos. En dos ventanas del castillo brillaban luces; miradas melancólicas que parecían observar algo a través del follaje. El jardín tenía grandes olmos copudos, como haciendo centinela, y muchos rosales que aun conservaban marchitas rosas blancas.