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Don José llevaba el cesto y D.ª Laura el dinero, y aquí era el recorrer tiendas, el mirar todo, el preguntar precios, no arriesgándose a la empresa de sus compras hasta no estar seguros de que compraban lo mejor. Ya Relimpio estaba enterado de los puntos donde era legítimo el turrón de Alicante y Jijona, donde era más barato el mazapán, más dulces las granadas y más gordas las aceitunas.

¡Esa es una burrada de las gordas! exclamó Amparo, fuerte ya en la controversia del punto concreto . Oye y atiende, mujer, te lo voy a poner claro como el sol. Ahora el Gobierno nos tiene allí sujetas, ¿no es eso? Ganamos lo que a él se le antoja; si vienen, un suponer, buenas consignas, porque vienen, y si no, fastidiarse.

Tenía el volumen unas tapas multicolores, cubiertas de diversas piezas de cuero formando mosaico. Sus hojas eran de triple pergamino, y las traducciones de Flimnap habían sido trazadas con brochas gordas, dando á cada letra el tamaño de la cabeza de un habitante del país. Gillespie, poniéndose la rodaja de cristal sobre uno de sus ojos, empezó á leer.

Grandes y negras patillas ó retorcidos bigotes, cuerpos robustos, cabezas altivas; un poco de petulancia en todas las miradas y de benevolencia en todas las sonrisas; la conversacion siempre ruidosa; el cigarrillo en todas las bocas, apoyado con gordas interjecciones por via de puntuacion; riqueza de fantasía y de proyectos; inclinaciones heróicas y poca formalidad: tal es el conjunto de circunstancias sobresalientes.

Pero yo desprecio los bienes terrenales, y no me preocupo del porvenir. ¿Ven ustedes este duro? Pues ahí va... Y hecho esto, el hombre aguarda la vuelta, cuenta las perras gordas una por una y se las guarda en un bolsillo profundo... Poco dinero y malo. Hombres furiosos. Señoras gruesas, siempre sofocadas, o por el calor o por los berrinches, que se abanican constantemente. Muchos curas.

Para quien no podía ver ni las gordas vacas, ni las praderas risueñas, ni las repletas trojes, ni la huerta cargada de frutas.

Se casó Zapico, y al día siguiente de la boda, doña Paula, que le miraba de soslayo, con un gesto de desconfianza, tal vez algo arrepentida «de haber estirado mucho la cuerda» observó que el novio estaba muy contento, muy amable con ella, y hecho un almíbar con su mujer. «Gordas las tragas, Froilán, eres un valiente», pensaba ella admirándole y despreciándole al mismo tiempo.

Pues por arriba, arriba, se han desapartao las piedras más gordas, y entre dos de ellas queda un hueco que cabe un gato... y de allí está cayendo arena y chinas de cal... Dice el señor arcipreste, que con que pase un carro por fuera se viene abajo media iglesia. Tenéis razón: esta vez va de veras. Vamos allá.

¿Mi llegada? ¡Vea usted qué diferencia! Allá en España nunca festejó nadie mis idas y venidas, y eso que siempre anduve de ceca en meca; ya veo que en este país se ocupan más en cada uno. En estos y otros propósitos entretenidos llegaron a una casa que tenía una gran muestra, donde en letras gordas decía: JUNTA SUPREMA DE GOBIERNO DE TODAS LAS ESPA

Trotaban, arrastrando los pesados armatostes, las docenas de muías gordas y lustrosas salidas de las cuadras de los molinos, con los rabos encintados, las cabezas adornadas con vistosas borlas y entre las orejas tiesos y ondulantes penachos.