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Con toda probabilidad, la insistente recomendación del Embajador cuando marchó llevándola Gonzalo Pérez le valdría reprimenda; prefirió, sin embargo, á comunicarla, cerrar la puerta á la importunidad del ruego: procedió piadosamente.

Pronto estuvimos en Bosa, distrito del departamento de Bogotá, antiquísimo pueblo chibcha, que fue el cuartel general de Gonzalo Jiménez de Quesada, antes de la fundación de Bogotá, y lugar de recreo del virrey Solís, que podía allí dar rienda suelta a su pasión por la caza de patos.

Gonzalo Pérez, su padre ;» y obligada debía de estar, en efecto, al Secretario de D. Felipe por las mortificaciones de que le libró reinando su hermana María, esposa del Príncipe de España. Fuera de la corte no merecía mejor concepto Antonio Pérez.

Díselo de mi parte... yo no me atrevo. Cecilia entonces se acercó al oído de su madre y murmuró con voz apagada, llena de vergüenza: Gonzalo se alegraría de que le tratases de . ¿Qué dices, niña? preguntó doña Paula, poniendo la mano en la oreja. Cecilia levantó un poquito la voz, haciendo un terrible esfuerzo. Dice Gonzalo que por qué no le tratas de como papá.

Pedro Sánchez me parece mucho mejor novela que El buey suelto; pero me quedo con El sabor de la tierruca y con Don Gonzalo. Y, por otra parte, esta opinión mía a nadie quiere imponerse.

Cuando llegaba la hora de entrar en el tocador se la entregaba de nuevo a su hermana. Del mismo modo, aunque con cierta timidez, nacida del deseo de no ofender a su hermana y formar contraste con ella, Cecilia intervino en el cuidado de la ropa de Gonzalo, y en el arreglo de su despacho.

Notabilísima es la admirable escena del tercer acto, en que pelean los tres hijos de Arias Gonzalo. El rey Don Sancho ha sido asesinado delante de Zamora, en cuya ciudad tiene sitiada á su hermana.

Las súplicas de doña Paula y la reflexión, que ejercía sobre su claro espíritu imperio absoluto, le hicieron volver sobre tal acuerdo. Obtenido el consentimiento, una tarde se presentó Gonzalo en casa de Belinchón. Hacía quince días que no había estado en ella. Sentía el corazón singularmente agitado, aunque sus deseos tan cumplida y brevemente hubieran sido satisfechos.

Cecilia retiraba la suya prontamente. Una leve nube sombría cruzaba rápidamente por su risueño semblante. Gonzalo no advertía nada. Cuando ya estaban acostadas, escuchaban sonriendo las inocentes oraciones que tiita hacía repetir a Cecilia. Paulina aun no sabía elevar su entendimiento al Ser Supremo, y hasta se rebelaba para hacer la señal de la cruz.

La segunda vez, sobre todo, en que Cecilia y Gonzalo se rieron con gana llevándose la servilleta a la boca para apagar el ruido, la mirada del prócer fué más larga, más fría y distraída aún. Venturita, indignada, los apuñalaba con los ojos.