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Al parecer, hablaban de pintura. Cecilia y Gonzalo, que charlaban aparte, la oyeron decir: ¡Oh, Rubens! ¡Qué modo de pintar la carne! Rubens es el Cervantes de la pintura. Gonzalo volvió la cabeza como si le hubieran pinchado. Y una viva sorpresa se pintó en su rostro. Chica, ¿dónde ha aprendido mi mujer estas cosas? dijo en seguida a su cuñada. Esta se encogió de hombros.

Defender los intereses morales y materiales de las provincias, sostener su vida autonómica, independiente, frente a la acción y poderío absorbentes de la capital, «foco de inmundicia que envenenaba la savia de la nación y secaba todos sus veneros de riqueza». ¡Qué grande y noble pensamiento! A fines de octubre, Gonzalo fué a Lancia con una comisión de su suegro.

Era, en efecto, la página más penosa del libro de la buena educación, aquella en que se advierte que es preciso hacerse agradable a las personas con quienes se habla, interesándose por sus negocios. A Gonzalo y Cecilia los miró un instante fríamente; pero no les hizo pregunta alguna. Cumplida tan ímproba tarea, el magnate volvió a caer en el eterno monólogo.

Había en estas palabras una ironía triste, desgarradora, que Gonzalo no pudo menos de sentir en el corazón.

Después, haciendo una mueca de fingido desdén, se lo alargó otra vez diciendo: Toma, toma, embustero. Pero antes de llegar a manos de Gonzalo, Cecilia extendió la suya y se lo arrebató riendo. ¿Qué papelitos son ésos? Venturita, como si la hubieran pinchado, brincó en el asiento y sujetó fuertemente la muñeca de su hermana.

Los caballos partieron a escape, haciendo bailar el coche ásperamente por encima del empedrado desigual de la villa. Gonzalo no advirtió siquiera aquel movimiento que le sacudía rudamente las visceras, ni el tránsito a la carretera al dejar la población. Toda su atención estaba fija, concentrada en un punto. ¿Sería verdad, o no?

¿Qué ocurre? profirió la joven viniendo hacia él, con la faz tan desencajada, que si Gonzalo tuviese un temperamento observador, comprendería que no podía ser solamente por su presencia. Cerró la puerta y le dijo al oído: ¡Tu hermana está en el gabinete persa con el Duque!... ¿No sabes nada?... Di la verdad añadió cogiéndola por la muñeca.

Y tenían razón: porque el veneno que Guzmán había dado á Luisa, y Luisa al galopín Aldaba, y el galopín Aldaba al paje rubio, y éste á la mesa de la reina, y la mesa al paje Gonzalo, había obrado sobre el cerebro de este último produciéndole una violenta congestión. El paje fué conducido al depósito de muertos de la parroquia de Santa María. La fuente de plata entregada en la repostería y lavada.

Aprovechando la ausencia de su marido, declarole Rosalía con tanto énfasis como sinceridad su apuro, y el bueno de Gonzalo la tranquilizó al momento. ¡Qué pronto volvieron las rosas, para hablar a lo poético, al demudado rostro de la dama!... Felizmente, Torres tenía en su poder una cantidad que era de Mompous y Bruil; pero sin cuidado ninguno podía dilatar la entrega un mes.

Al lado de la sala está el cuarto de la ropa, que aunque da al patio, tiene buena luz. Hoy está hecho un asco; pero haciendo obra en él puede quedar una habitación muy decente... ¿Quiere usted verlo, Gonzalo?