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Hacedme saber si puedo ser útil para algo, Kimble dijo el señor Crackenthorp. Pero el doctor ya estaba demasiado lejos para que pudiera oírlo. También Godfrey había desaparecido.

Un pintor la hubiera preferido quizá en uno de esos momentos en que ella no tenía conciencia de misma; pero sin duda que esas mejillas habían alcanzado su más alto grado de contraste con la tela marrón de que iba revestida, cuando llegó a la puerta de la Casa Roja y vio a Godfrey Cass dispuesto para ayudarla a bajar del caballo.

En cambio sería una gran lástima que el señor Godfrey, el mayor, guapo mozo de fisonomía franca y de buen carácter, que un día heredaría las propiedades, se pusiera a seguir el mismo camino que el hermano, como había parecido hacía poco.

No quería proporcionarle aquella satisfacción a Godfrey; prefería que maese Godfrey estuviera mortificado. Además, a Dunstan lo regocijaba la idea tan importante ante sus ojos de tener que vender su caballo, y además la ocasión de cerrar un trato, de hacer el fanfarrón y probablemente de engañar a alguien.

Godfrey reapareció en el salón blanco con los pies secos, y, puesto que hay que decir la verdad, con un sentimiento de alivio y de alegría, sentimiento demasiado intenso para que los pensamientos dolorosos pudieran combatirlo.

Godfrey permaneció silencioso. No es probable que fuera muy penetrante en sus juicios; sin embargo, siempre había comprendido que la indulgencia de su padre no era bondad, y había suspirado vagamente por alguna disciplina que dominara su debilidad vagabunda y secundar sus mejores intenciones.

Es difícil decir quién se sintió más profundamente agitado: si Silas o Eppie, con las últimas palabras de Godfrey.

De manera que os arreglaréis de modo de conseguir esa pequeña suma de dinero, y voy a deciros hasta la vista, bien que deplore dejaros. Dunstan se marchaba, pero Godfrey se precipitó tras él y lo tomó del brazo, diciendo con un juramento: Os digo que no tengo dinero... que no puedo procurarme dinero. Pedidle prestado al viejo Kimble. Os digo que no quiere prestarme más y que no lo pediré.

Su bondad natural había sobrevivido a la época depresiva de sus crueles deseos, y el elogio que Nancy hacía de su marido no reposaba del todo en una ilusión voluntaria. He tenido razón se decía cuando rememoraba todas las escenas de discusión , comprendo que tuve razón en responderle que no, bien que eso me fuera lo más penoso; pero, ¡qué bien se ha comportado Godfrey a este respecto!

Godfrey, a quien la experiencia no había preparado para comprender todo el alcance de las sencillas palabras de Marner, volvió a ser presa de una gran irritación.