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»Tan cierto es que un simple gesto, o una pose revelan muchas veces todo un mundo interno oculto al ojo vulgar que sólo ve la superficie.

¡Mi tía Isabel! dijo Flores con la navaja levantada. ¡Y el pescador Pablo! exclamaron los otros. Señora decía el niño , le juro por el alma de mi padre que yo he visto hace dos horas la tartana de las velas rojas fondeada cerca de Conil. La señora Isabel hizo un gesto que hubiera tenido toda su significación y toda su eficacia, sin el marino que se interpuso prudentemente entre los dos campeones.

Quiso replicar el rapaz, pero la dama hizo tan imperioso gesto de desagrado y despedida, y fulminó contra él tan terrible mirada de sus negros ojos, que le hizo enmudecer y que le arrojó de la estancia como si lo hiciera a materiales empellones.

Ten miramiento, rapaz. Defensa de mujer. Y de lobo. ¡No te los haga yo dejar clavados en la tierra! ¡Mucho hablar es!... Si los quieres bien, no los saques al aire. ¡Mírenlos! Oliveros muestra los dientes albos, jóvenes, fuertes, con un gesto lleno de violencia, que recoge los labios y los estremece con sanguinaria y primitiva fiereza. ¡Dientes de hambre, no asustan! ¡Hambre de morder!

Pronto notó Ojeda una transformación en el carácter de Teri. Perdía por momentos su alegre inconsciencia de pájaro loco. Era más grave en sus palabras; mostraba una mesura conservadora en sus juicios sobre el amor. Ella, que al principio le incitaba a narrar las aventuras de su pasado, riendo gozosa cuanto más incontables eran, palidecía ahora con un gesto de protesta.

Parecía abstraído, y de pronto hizo un gesto de asombro y de inquietud, como si acabase de descubrir una temible verdad. Volvió la espalda á Sebastiana y anduvo velozmente hacia el sitio de donde había venido. Quedó asombrada la mestiza viendo correr al ingeniero, cada vez más apresuradamente, como si sus palabras le hiciesen temer que podía llegar tarde.

No quería poner en seco la embarcación; pensaba volver al mar aquella tarde, luego de comer: asunto de calar unos palangres, que recogería a la mañana siguiente. ¿Le acompañaba el señor?... Febrer hizo un gesto negativo, y el viejo se despidió de él hasta la madrugada siguiente. Le despertaría desde la playa cantando el Introito cuando aún hubiera estrellas en el cielo.

Pero siempre que le encontrábamos nos saludaba optimista y sonriente, con un gesto de clásico caballero español. Vaya usted a mi casa cuando guste. Vivo en un hotelito en el campo. ¡Hay allí una gran paz que invita a escribir! Y el mísero vivía en una choza solitaria, perdida en un barranco de las afueras de Madrid.

Cuando le dirigía estas preguntas lisonjeras, don Álvaro inclinaba la cabeza y miraba con gesto compungido a la Regenta como diciendo: «¡Por usted, por el amor que la tengo estoy yo en este miserable rincón!». Usted es de la madera de los ministros.... Oh... don Víctor... no crea usted que eso me halaga.... ¡Ministro! ¿Para qué?

Maltrana cerraba sus libros sin un gesto de disgusto, pasando de un salto de la filosofía revolucionaria, que devoraba con ansias de neófito, a la devoción fetichista y estrecha de la pobre vieja, crédula para todos los milagros y más aficionada a los santos que a Dios.