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Ella nos manda que lo que se ejecutó con las gentes de Efraim lo realicemos nosotros con los falsos conversos. Su Santidad, se entiende, lo permitirá, y médicos hay que saben cómo y con qué hacer con ellos y ellas este remedio; y sería un blando acabar, poco a poco. Habló así, con tono doctrinal y apacible, sin asomo de saña.

Había en Madrid por aquel tiempo, en uno de los barrios extremos, una casa que rompiendo la línea de fachadas contiguas, parecía apartarse del trato de las gentes. Tenía por delante un pequeño jardín con verja; aislábala por detrás un ancho patio con cuadras y cocheras, y a derecha e izquierda la limitaban una pared medianera y fuertes tapias a una calle poco frecuentada.

El palacio, como las gentes del país lo llamaban, ó el vetusto caserón, como mejor se diría, estaba situado á la margen izquierda del Lora y en el fondo del valle donde radica el concejo y partido judicial de Vegalora. En torno suyo veíanse quince ó veinte chozas, pertenecientes en su mayoría y habitadas por colonos de la casa de Trevia.

Las gentes, sin embargo, no estaban de este parecer. Apenas si, por lo común, son capaces de alcanzar tales sublimidades y de prestar crédito a lo que llaman sutilezas o tiquismiquis amorosos. Creen siempre en algo menos etéreo, sobresubstancial y trascendente.

Era la primera vez en todo el día, que estaba á sus anchas, lejos de los negocios, terminado aquel banquete con gentes ante las cuales se mostraba abstraído y silencioso.

En una noche un page hubo hallado Un papel bien cerrado, en que decia, Que mal á todas gentes ha tratado, Y agravia con molestia en demasia; Y que no siendo en esto moderado, El pago le dará Dios algun dia: El pobre con enojo loco y ciego Publica lo que dice el papel luego.

Las gentes sensatas no creen en el diablo ni en las brujas, y todo el mundo conviene, sin embargo, en que Fausto y Mefistófeles son tipos admirables. En mi opinión, pues, sólo el genio es capaz de inventar tipos, y la imitación más hábil no conseguirá apropiárselos.

Hizo una profunda reverencia primero a la señora Cass, luego al señor Cass y les dijo: Gracias, señora; gracias, señor; pero yo no puedo separarme de mi padre, ni reconocer a nadie que me fuera superior que él. Tampoco deseo ser una dama. Gracias de todos modos Eppie hizo al llegar aquí una reverencia , y no podría abandonar a las gentes con que me he habituado a vivir.

Lejos, muy lejos, por los surcos convertidos en arroyos que no podían engullir todo el golpe de agua, corrían hacia el cortijo grupos de gentes. Apenas si se les veía al través de la capa liquida de la atmósfera. ¡Jesú! exclamó Zarandilla. ¡Y cómo van a ponerse los pobrecitos!... El vendaval parecía empujarles.

A pesar del deseo que tenía de mostrar firmeza á estas gentes, me fué imposible no tropezar una ó dos veces en la escalera: la cabeza me vacilaba. Al entrar en mi cuarto, ordinariamente helado, tuve la sorpresa de hallar en él, una temperatura tibia, sostenida suavemente por un fuego claro y alegre.