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D. Alvaro volvió de Milán de mediado el mes de septiembre y trajo 18 banderas de españoles, tan pobres de gente, que no pasaban de 800 ó 900 soldados, y tres de tudescos, en que había otros 800, sin otra que se hizo después, y 16 banderas de italianos, en que había hasta 3.000, muchos dellos franceses y gascones.

Pues bien; todos los jefes son argentinos, gente de a caballo; no hay gloria verdadera, si no se conquista a sablazos; ante todo es preciso campo abierto para las cargas de caballería; he aquí el error de la estrategia argentina. La línea se forma en lugar conveniente.

Si el pueblo cree como artículo de fe que los duendes dieron fin del excomulgado almirante, no es un cronista el que ha de meterse en atolladeros para convencerlo de lo contrario, por mucho que la gente descreída de aquel tiempo murmurara por lo bajo que todo lo acontecido era obra de los jesuítas, para acrecer la importancia y respeto debidos al estado sacerdotal.

Oigo a Celestina murmurar algo sobre San José, y comprendo. Aquella mujer, ferviente del celibato, está ya al corriente de la historia de la oración de la abuela y protesta a su modo. ¡Dichoso país, donde las noticias se propagan con tal facilidad! Verdaderamente, nos sobra el teléfono. Esta tarde, en las vísperas, había poca gente, a pesar del atractivo de un predicador forastero.

En esto arribaba la infantería española á los pozos. Tardó tanto, por desempantanar una pieza de artillería que traían los de vanguardia. En sintiendo la arcabucería en los palmares, mandaron marchar la artillería y gente delante, y fué bien menester, porque de otra manera degollaban todos los que habían salido con el Coronel Spínola, por ser pocos y haberse alargado más de lo que era razón.

Ni don Adrián ni don Claudio andaban por allí rato hacía, ni se columbraba alma viviente en diez cables a la redonda de aquellos hermosos sitios que, por lo solitarios y mudos, parecían encantados... Después del paseo El boticario se había puesto ya su gorro de terciopelo, y estaba sentado entre puertas viendo pasar a la gente elegante en dirección a la Costanilla para subir a la Glorieta.

Salió pues de la selva Caravallo A la grita y estruendo que sonaba, Y vido que la gente de á caballo A gran priesa en las balsas se embarcaba. No curan ya mas tiempo de esperallo, Que de su vida ya no se esperaba, Teniendo por muy cierto que habia sido Cautivo de los indios, y comido.

Obstáculos que parecían invencibles y de los que la misma imaginación se espanta, la distancia de nuestra posición, el tener que rehusar la mano de Eudoxia, las censuras de la gente, el orgullo de mi madre, su maldición tal vez; ¡qué porvenir más siniestro y más amenazador!

Dupont hinchábase con vehemente oratoria al hablar de los trabajadores del país. Repetía lo que había oído a su primo y a los religiosos que frecuentaban la casa de los Dupont, pero exagerando las soluciones, con un ardor autoritario y brutal muy del gusto de sus oyentes, gente tan ruda como rica, que encontraba placer en derribar toros y domar potros salvajes.

La gente le encuentra a esto mucho mérito, pero yo, la verdad, no le encuentro ninguno. Era un hombre sencillo el honrado masón. Lo mismo que aquel albañil de la albañilería celeste, me sucede a mi con el mérito de mi familia de haber vivido mucho tiempo en Lúzaro. Esto no es obstáculo para que me encuentre en mi pueblo como en ningún otro.