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Accion de mala crianza fué en efecto, dixo Candido. ¿Qué quiere vm., dixo Martin, si estas gentes son así? Imagínese vm. todas las contradicciones, y todas las incompatibilidades posibles, y las hallará reunidas en el gobierno, en los tribunales, en las iglesias, y en los espectáculos de esta donosa nacion. ¿Y es cierto que en Paris se ríe la gente de todo?

Ustedes saben cómo son de noche las calles de Méjico: no hay ciudad en el mundo mejor alumbrada y con menos gente. Los focos eléctricos brillan formando racimos, para iluminar una soledad de desierto. Cree uno deslizarse por una de esas ciudades de Las mil y una noches, donde todo ha quedado inmóvil y dormido por obra de encantamiento.

Fué el caso que habiendo habido una pestecilla en dicho pueblo el año de 1722, se huyeron de miedo por Agosto de aquel año dos parcialidades de gente nueva, no de los Chiquitos, la una no había vuelto tan presto, la otra se encontró con una nación de infieles, á quienes persuadieron se hiciesen cristianos, lo que lograron felizmente, pues luego se redujeron muchos, y volvieron con los fugitivos al pueblo las ochenta familias ya dichas, en que había trescientas almas, y entre ellas un indio, que hecho cautivo por unos Mamalucos que capitaneaba Hernando de Armenta, portugués, se escapó de entre ellos, después de quince años de cautiverio, y vino muy contento.

Y es el motivo que han llegado unas señoritas napolitanas a hacer música, tarde y noche, y la gente invade la sala entre un estrépito de cucharillas y platillos y una greguería grotesca y plebeya. Yo he descubierto la mixtificación: estas virtuosas no son napolitanas; la dulce musicalidad de esta palabra sirve de reclamo para ese eterno alucinado que se llama público. Pero ¡qué importa!

Durante el día menudeaba el campaneo del portal, indicando que eran muchas las visitas de gente religiosa: por las tardes la dueña, ya entrada en años, salía a paseo en coche modestamente vestida, con aspecto humilde y luciendo en una muñeca, a modo de pulsera, un pequeñísimo rosario de oro y perlas.

A frailes y soldados, que salian De Santa Cruz, mataron crudamente, A chácaras y valles se venian, Adonde cautivaban mucha gente: De suerte que el estrago que hacian Causaba gran temor al mas valiente. Hernando Salazar entrar procura, Y oid una desdicha y desventura.

Después que el boticario de la Palma Alta me vendó la mano no volví a acordarme de tal cosa, y no digo yo dedo y medio, sino los cinco de cada mano me hubiera yo arrancado con los dientes, con tal de hallar a mi idolatrada Inés, ¡a aquella rosa temprana, a aquel jazmín de Alejandría!... Durante este tiempo no me olvidé de ti, pues el mismo día 3 te hice conducir a esta casa, que es la mía, en la cual has permanecido hasta hoy, y donde, gracias a los cuidados de tan buena gente, has recobrado la salud.

La nave se partió muy presurosa, De cueros y de azucar bien cargada; La gente que v

Sobre todo, el condesito de Rumblar no cabía en su pellejo de puro alborozado; y como con el roce de tanta y tan diversa gente se iba despabilando por extremo, llegó a adquirir un desembarazo, un dominio de su propia persona que antes no tenía.

Los medios puntos de cristales, que brillaban al sol como bocas ígneas, tragaban y tragaban gente. Por la noche continuaba el desfile á la luz de los focos eléctricos.