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Mientras la hija estuvo en edad de vivir escondida, la madre pudo entregarse de lleno a sus placeres mundanos; pero llegada la hora de traer a Luz a su lado, tenía que decidirse por el gato o por el perro; y esa hora llegó, y la madre escrupulosa triunfó sin lucha de la mujer liviana.

Pero ya me he cansado, y en nombre de toda la humanidad acatarrada, solicito para el resfriado la atención de la ciencia y el respeto de las familias. Convengo en que la tuberculosis es más dramática que el resfriado, pero exijo que al resfriado se le otorgue también cierta categoría. Si el gato es el tigre del pobre, como decía no quién, el resfriado es la tuberculosis del principiante.

Reyes abrió la puerta, procurando evitar el menor ruido. Para él era el teatro el templo del arte, y la música una religión. Se sentó con movimientos de gato silencioso y cachazudo; apoyó los codos en el antepecho y procuró distinguir los bultos que como sombras en la penumbra cruzaban por el oscuro escenario.

Cuando dormía mejor, creyendo que aún le quedaban muchas horas á la noche, sentíase despertado por un tirón de pierna violento. Su tío no podía tocar de otro modo. «¡Arriba, grumeteEn vano protestaba, con la profunda somnolencia de su juventud... ¿Era ó no era el «gato» de la embarcación que tenía al médico por capitán y único tripulante?...

No he rehusado la renta contestó la joven con soltura, sin dejar de mirar el juego ; lo que he rehusado ha sido al que la posee. Ha hecho bien dijo el general : cada cual debe casarse en su país. Este es el modo de no exponerse a tomar gato por liebre. Bien hecho añadió la marquesa . ¡Un protestante! Dios nos libre. ¿Y qué decís vos, condesa? preguntó el duque.

Lo cual puso en práctica, no sin ofrecérseme mucho y poner su casa a mi disposición. Pero éste no era un favor muy señalado, porque, según Villa, no había perro ni gato en Sevilla que no entrase allí como Pedro por su casa.

Mira que te va a matar; lo ha dicho el otro día en la cocina. Y coge muchos ratones para que madrina te quiera y no te echen de casaEl gato, extasiado, susurraba allá en el fondo de la garganta mil síes complacientes, y se frotaba contra ella cada vez más acaramelado y pegajoso.

Y no es esto lo peor. Lo peor es el poco o ningún caso que le hacen aquí a una. Todavía no tengo en Madrid persona con quien hablar. Allá en el pueblo, ¡qué delicia! Salía yo a la calle y no había perro ni gato que no me dijese: «Dios guarde a su merced; adiós, ama Teresa. ¿Cómo lo pasa usted, señora?», y otras cosas por el estilo.

Hablaba con ternura infantil de Chifón, un gato obeso y lustroso, y de dos canarios que había confiado a la portera.

No hay perro ni gato en el lugar que no esté ya al corriente de todo. Lo único que parecía posible ocultar era la duración del coloquio hasta las dos de la mañana, pero unas gitanas buñoleras te vieron salir de la casa y no pararon hasta contárselo a todo bicho viviente.