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La gatita de Mari-Ramos se escapó por el tejado, en amor y compaña de un gato pizpireto, que olía a almizcle y que tenía la mano suave. Demos tiempo al tiempo y no andemos con lilailas y recancanillas. Es decir, que mientras los amantes apuran la luna de miel para dar entrada a la de hiel, podemos echar, lector carísimo, el consabido parrafillo histórico.

Ya daremos con el gato, por escondido que esté. Si hay alguno demasiado ligero de sueño, boca abajo para in saecula en cuanto se despierte, y el primero tu amo, si es que no ha habido que empezar por su sobrino... o no se dejan amarrar todos con la docilidad que pide el caso. Conque ya estás advertida, y bien te consta cómo las gasto.

, hombre; yo mismo he visto la cabeza en la cocina. ¡Era un perro de aguas más hermoso! Dicho esto salió del comedor, y al volver tenían una cazuela con liebre. Fué al otro extremo de la mesa y dijo a los del bando contrario: ¡Vaya unos gatos más buenos que compra este fondista a los carabineros! ¡Ah!, ¿pero es gato eso? , no se lo digáis a esos, pero yo he visto las colas en la cocina.

Pero dejad, dejad, yo tengo una espada tal y tan maestra que ella sola se va á donde conviene y no toca á un hombre que no le mate. Pero si no me engaño, estamos en el negro boquerón que vos encontrásteis tapiado cuando buscábais á vuestro gato.

La irritación, la rabia, el odio y el deseo de venganza que se habían despertado en esta señora, nadie se los puede figurar. Baste decir que, cuando veía a cualquier redactor de El Faro en la calle, empalidecía horriblemente; costaba gran trabajo impedir que se le arrojase al cuello, como un gato rabioso. Hasta entonces no había podido satisfacer aquella ansia de venganza que la devoraba.

Mesía le miró aprobando sus palabras con una inclinación de cabeza y una afable sonrisa. Señores añadió Trabuco, animándose esto es escandaloso. Aquí todo se convierte en política. El señor Magistral es una persona muy digna por todos conceptos. Díjolo Blas. ¡Lo digo yo! Como si lo dijera el gato. Hubo una pausa. El ex-alcalde no era un Joaquinito Orgaz.

Con un codo apoyado en la mesa y la cabeza en la mano, De Pas contemplaba a su señora madre, que comía de prisa, distraída, más pálida que solía estar, con los grandes ojos azules, claros y fríos fijos en un pensamiento que debía de ver ella en el suelo. Teresina entraba y salía sin hacer ruido, como un gato bien educado. Acercó la ensalada al señorito. Ya he dicho que no ceno. Déjale, no cena.

Al poco rato «su espíritu se fue identificando con la guitarra». La guitarra, para Bonis, era a los instrumentos de música lo que el gato a los animales domésticos.... El gato era el amigo más discreto, más dulce, más perezosamente mimoso.... la guitarra le acariciaba el alma con la suavidad de la piel de gato, que se deja rascar el lomo.

El que atrajo la atención de L'Ambert había visto, sin duda, que la morada de su dueño no ofrecía ya bastante caza, y buscaba en plena campiña un suplemento a su pitanza. Los ojos del señorito L'Ambert, después de haber errado algún tiempo a la ventura, sintiéronse atraídos y como fascinados por el gesto de aquel gato.

Después de dar la última mano de gato a sus cabellos, Manolito salía siempre en la amable compañía de sus botas charoladas a pasear por delante de la casa de Elorza, y calle arriba, calle abajo, allí se estaba todo el tiempo que le permitían sus ocupaciones y alguna parte también del que le prohibían.