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Moreno gastaba y gastaba mientras tuvo que gastar, y yo le iba enseñando los placeres de la vida. ¡Pobre tonto!... Quedó encogida en su asiento y con la cabeza baja después de hablar así. Parecía haberse empequeñecido. Al levantar los ojos encontraba la mirada severa del español y volvía á bajarlos, fijándolos en la botella.

Sus pies calzaban medias de seda, ceñía su talle corsé de raso, era pródiga en perfumar el baño, cuidábase con ahínco las manos y, aunque hiciese ostentación de vestir humildemente, la ropa blanca que gastaba era un primor en adornos, lienzos y hechuras: bajo vestidos lisos y de lana, solía ocultar enaguas guarnecidas de costosos encajes.

Esta frase se fué repitiendo en voz baja por todo el ámbito del teatro. El hijo del Perinolo era un joven pálido, de ojos negros, que gastaba larga melena. No se advertía más en la media luz que reinaba. Era para él gran fortuna.

No es viejo, no... Es de cuando Fernando VII gastaba paletot... Pero, en fin, si se ofende, me callo... Sr. de Ponte, sabe que se le quiere, y que si gasto estas bromas es por pasar el rato. No haga usted caso, maestro, y hablemos de otra cosa. Sus chanzas son un poco impertinentes dijo Frasquito con dignidad , y si quiere, irrespetuosas... Pero es usted un chiquillo, y... ¡Pata!... Ea, se acabó.

Era éste joven también, de rostro pálido adornado con gafas; gastaba la barba y los cabellos largos en demasía; su traje, más desaseado que mezquino. Ni respondió ni levantó siquiera la cabeza al oír la exclamación de su amigo, atento a la lectura del periódico que tenía entre las manos.

Gastaba, , pero con pulso y medida, y sus placeres dejaban de serlo cuando empezaban a exigirle algo de disipación. En tales casos era cuando la virtud le mostraba su rostro apacible y seductor. Tenía cierto respeto ingénito al bolsillo, y si podía comprar una cosa con dos pesetas, no era él seguramente quien daba tres.

Las señoras y los caballeros se estrecharon aún más, formando grupo, y empezaron a cuchichear animadamente, proponiendo cada cual una pregunta. Al fin quedaron acordes en preguntarle si gastaba bisoñé. ¿Eeeeh? gritó el coro prolongando la nota. respondió el infeliz don Serapio. La respuesta fue acogida con ruido y alegría que hicieron temblar al fabricante de conservas.

Nazaria no gastaba en liviandades, pero en lujo y ruinosos caprichos.

Gastaba lo preciso y de mes en mes su fortuna aumentaba, sabe Dios cuánto. Debía de ser muy rica, pero muy rica, porque él veía que Torquemada le llevaba resmas de billetes. En cuanto a su hermano Juan Pablo, ya se sabía a ciencia cierta que estaba con los carlistas, y si estos triunfaban, ocuparía una posición muy alta.

Un anciano, que dijo ser su padre la llevó al convento cuando apenas tenía cinco años, y por espacio de ocho fue a verla todos los meses: luego no volvió a presentarse allí para nada, ni escribió siquiera a la que llamaba hija; pero durante otro año envió puntualmente dinero con que atender a cuanto gastaba, y al siguiente, es decir, al llegar Valeria a los quince, dejaron las monjas de recibir las mensualidades de costumbre.