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En cuanto á fumar, todo el mundo lo hace en Italia, hasta las damas de la corte. Su falta de respetabilidad era tan grande como su ignorancia de la economía, que llegaba al descuido más completo. Jamás se preocupó por saber cómo iba á pagar lo que compraba ni con qué haría frente á los gastos de la vida diaria. Mientras tenía dinero, lo gastaba; cuando el cajón estaba vacío, se privaba de todo.

Sus contemporáneos acusaron a Amat de poca pureza en el manejo de los fondos públicos, y daban por prueba de su acusación que vino de Chile con pequeña fortuna y que, a pesar de lo mucho que derrochó con la Perricholi, que gastaba un lujo insultante, salió del mando millonario.

Tendría a lo sumo cincuenta años; era alto y enjuto y de complexión recia, si no fuese el reumatismo que a largas temporadas le atormentaba mucho; gastaba el cabello largo y la barba, ya gris, en forma de cazo.

Después tuvo esto por un disparate y se fijó en una amiga suya, casada con Moreno Vallejo, tendero de novedades de muy reducido capital. Dicha señora gastaba un lujo estrepitoso, dando mucho que hablar. Había, pues, un amante. A Jacinta se le puso en la cabeza que este era el Delfín, y andaba desalada tras una palabra, un acento, un detalle cualquiera que se lo confirmase.

Hubo momentos en que don Paco hubiera tenido un revólver, acaso, en contravención de todos sus preceptos religiosos y de todas sus sanas filosofías, se hubiera pegado un tiro; pero, afortunadamente, don Paco no gastaba armas de fuego y no llevaba ni pistola ni escopeta en aquella disparatada excursión que estaba haciendo, perseguido por los celos como Orestes por las Furias.

No habían andado mucho cuando tropezaron con el gran poeta don Luis de Rojas, el amigo cariñoso y el maestro venerado de Tristán. Era un viejecito pulcro, de facciones correctas y ojos vivos que gastaba perilla y bigote enteramente blancos ya y el cabello cortado en media melena como tributo pagado a su gloriosa juventud romántica.

Y para que se vea cómo las gastaba Roque Simón, copiaré del manuscrito de la Información, estos dos casos: «El verano pasado, porque el nevero que vendía en la Alameda no le guardó nieve, fué á su casa y lo injurió con muy malas palabras y lo hizo, por su autoridad, llevándolo á la cárcel de la audiencia, donde lo tuvo tres días, haciéndole muchas molestias, de que hubo muy grande nota....»

El pobre señor, azarado, no sabía qué decir. Sus tonterías envalentonaron a Zapata, que prosiguió mortificándole: «Y ahora que estamos en fondos, amigo Ponte, lo primero que tiene usted que hacer es jubilar el sarcófago. ¿Qué? El sombrero de copa que tiene usted para los días de fiesta, y que es de la moda que se gastaba cuando ahorcaron a Riego. ¿Qué entiende usted de modas?

Gracias a Crispina, doña Inés estaba al corriente de los noviazgos que había en el pueblo, de las pendencias y de los amores, de las amistades y enemistades, de lo que se gastaba en vestir en cada casa, de lo que este debía y de lo que aquel había dado a premio, y hasta de lo que comía o gastaba en comer cada familia.

Cuando se presentaba en el espacioso comedor, a la hora de la cena, que es la hora de las expansiones, los hijos se ponían de pie; las mujeres, acoquinadas y silenciosas; el varón, nervioso y temblando, y eso que gastaba barbas; el padre hablaba cuando lo tenía por conveniente, y los hijos escuchaban y callaban; no había discusión de temas, ni intercambio de ideas; a una pregunta, una respuesta y otra vez el silencio.