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Mi corazon y mis ojos á ser mios todavía, rendido los ensartara en la hermosa gargantilla. Mandó Abde-r-rahman construir hermosas mezquitas en Córdoba, y en ellas puso fuentes de mármol y jaspes varios, y trajo á la ciudad las aguas dulces desde los montes con encañados de plomo, y la llenó de fuentes y edificó baños públicos de mucha comodidad, y abrevaderos y grandes pilas para las caballerías.

En la procesión solemne salía ésta con traje de raso blanco, cubierto de finísimas blondas valencianas, banda bordada de piedras preciosas, cinturón y cetro de oro, arracadas y gargantilla de perlas. Todas echaban, como se dice, la casa por la ventana y llevaban un caudal encima.

Para que os de su parte, en prenda de la mucha estima en que os tiene, esta alhaja. Y me dió esa gargantilla. Yo no puedo aceptar un regalo le dije de una persona á quien no conozco. Podéis estar segura de que es muy principal. Pues siendo tan principal, y teniendo por tanto interés que me regala le dije , ¿qué interés puede tener en que yo no sepa su nombre?

Doña Ana se levantó, entró en el dormitorio, abrió un cofre, y del cofre sacó una cajita, volvió, se sentó y abriendo la caja mostró su contenido al sargento mayor. Mira el por qué de no haber querido yo por galán al duque de Uceda y de pensar en que por algún tiempo no nos veamos. ¿Quién te ha dado esta gargantilla? dijo con acento ronco Guzmán.

Su mórbida garganta se hinchaba hasta el punto de que parecía no poderla contener la gargantilla de gruesas perlas, con broche de diamantes, qué la ceñía, y la magnífica cruz que pendía de esta gargantilla, se levantaba y descendía á impulsos de la continua dilatación y compresión del casi desnudo seno de doña Catalina; sus hermosas manos cuajadas de cintillos, y sus brazos que dejaban descubiertos hasta la mitad, entre encajes de Flandes, las anchas mangas de su rico traje de brocado blanco, temblaban al hacer el plato á Quevedo.

Yo le juré guardar el más profundo secreto, acepté la gargantilla, y el cocinero se fué prometiéndome volver para decirme qué noche y á qué hora debe venir su majestad. En esto debe de haber andado el duque de Lerma... estoy casi seguro dijo el sargento mayor ; porque ¿á quién interesa más que al duque el tener bien cogido al rey?

En primer lugar, os dije que fuéseis á visitar á cierta dama de quien se vale el duque Uceda para pervertir, á pesar de sus pocos años, al príncipe don Felipe. ; , señor, doña Ana de Acuña. Os una gargantilla de perlas para ella. , señor, y la gargantilla está en poder de esa dama. ¡Ah! ¿la habéis visto? , señor. ¿Y cuándo la vísteis?

¡De modo que si esa dama con quien entretienen al príncipe don Felipe tiene tales conocimientos secretos, debe ser una bribona! No , no , excelentísimo señor; porque también hay damas y muy damas que se pierden por estos tunos. Tomad dijo el duque abriendo un cajón y sacando de él un estuche. ¿Y qué es esto, señor? Una gargantilla. ¡Ah! ¿Debo visitar á esa dama? . ¿Y qué la he de decir?

Su graciosa actitud hablaba: "¿Qué podrá pasar? Lástima no poder oír lo que éstos van a decirse". Adriana se sentó. Muñoz, mudo, casi no la veía. La impresión de hallarse de nuevo con ella, le infiltraba una extraña insensibilidad. Sin atreverse a mirarla en los ojos, se puso a observar atentamente la gargantilla de perlas en el triángulo de blancura que dejaba el breve escote.

Y se llevó heroicamente otra vez a la boca la varilla de bronce. Era inminente salvarla. El orgullo, sólo él, la precipitaba de nuevo a aquel infernal humo con gusto a sal de Chantaud, el mismo orgullo que me había hecho alabarle la nausebunda fogata. ¡Psht! dije bruscamente, prestando oído; me parece el gargantilla del otro día... debe de tener nido aquí...