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Si la inclemencia del campo ó el agrietado muro se convirtiera en la resguardada maceta ó el vigilado arriete, ¡qué combinaciones tan bellas y tan variadas produciría la floricultura de este país! En frutas también hay gran diversidad, y si no las tiene en hortalizas, es porque no se siembran, y decimos esto al ver los magníficos resultados que han dado algunos ensayos.

En estos bosques, así en los que se hallan en las alturas como en los valles o quebradas, se encuentran muchas maderas de varias especies, a propósito para construcción de embarcaciones, fábricas de casas y muebles; algunas bastante preciosas, que para especificarlas todas se necesitaba una prolija relación que omito, porque hasta con que usted sepa que en maderas y frutas silvestres son estos montes unos mismos con la provincia del Paraguay.

Aarón, un niño de siete años, cuyas mejillas semejaban manzanas y cuyo cuello limpio y almidonado parecía ser el plato que contenía aquellas frutas, tuvo que recurrir a toda audacia de su curiosidad para vencer el temor de que el tejedor de ojos saltones no le fuera a dar algún daño físico.

Álzanse entonces, en lo que fué frondosa alameda, puestos de juguetes y de frutas, sin que en manera alguna falten los instrumentos populares, característicos de los citados días, siendo grande el concurso que acude al Arenal á llevar á cabo las indispensables compras de pavos, nueces, castañas, turrones y todos los comestibles del ritual.

El suelo, regado a plena manga poco antes, estaba cubierto de cáscaras de frutas, secreciones de garganta y residuos de alimentos. Cabelleras femeniles tendidas al sol recibían la exploración venatoria de los peines.

Sin embargo, alguna vez al despedirse, Ramiro juntó su boca con la de aquella criatura vestida de harapos como una gitana, y este movimiento maquinal llegó a despertarle, en el correr de los días, cierto extraño deleite, que le recordaba el saborcillo sucio de las frutas cogidas en el suelo.

Las peras y manzanas se sirven y cortan a cuarterones, las uvas en racimos con tijeras; no deben ponerse las frutas formando pirámide, porque podrían caerse.

El viejo de las bufandas, al que llamaba la condesa cher maître, se cansó sin éxito dirigiendo peticiones á un criado que no quería entenderle. Avanzaba un plato vacío para obtener un pedazo de pastel ó una de las frutas, señalando ansiosamente el objeto de sus deseos.

La mesa ofrecía un aspecto elegante, armonioso. La luz, que caía de dos grandes lámparas con reflectores, hacía resaltar los vivos colores de las flores y las frutas, la blancura del mantel, el brillo del cristal y la porcelana. Sin embargo, esta luz, demasiado cruda, hace daño a la belleza de las damas, las desfigura como un aparato fotográfico.

La cordobesa mira con desdén todo esto, o bien porque le es habitual y no le da precio, o bien por su espiritualismo delicado. Sin embargo, algunas señoras ricas se esmeran en cuidar frutas y en aclimatar otras poco comunes hasta ahora en aquellas regiones, como la fresa y la frambuesa.