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Hallábamos domicilios deshabitados, con puertas telarañosas, rejas enmohecidas, y por algunos huecos tapados con rotas alambreras soplaba el aire trayéndonos el vaho frío de estancias solitarias. Por ciertos lugares anduvimos que parecían barrios abandonados, y las bóvedas de desigual altura devolvían con eco triste el sonar de nuestros pasos.

Pero qué frío estaba, tan frío que quemaba. El contacto del metal llevó por todo lo largo del espinazo de Mauricia una corriente glacial... Vaciló. ¿Lo cogería, o no? , mil veces; aunque muriera, era preciso cumplir. Con exquisito cuidado, más con gran decisión, empuñó la custodia bajando con ella por una escalera que antes no estaba allí.

No a quien he oído decir que el cólera morbo es una enfermedad nerviosa. De modo, que cuando no se tiene sueño, cuando no se tiene dinero, y se tiene frío, y se oye el tic-tac de un péndulo, en medio del silencio de la noche, se está muy expuesto a ser un caso.

Han pasado la tarde retozando sobre el mullido lugar en que descansan ahora, y por eso, aunque mal vestidos, les basta para vencer el frío que apenas sienten, soplarse las uñas de vez en cuando. De los dos muchachos, el uno es de la casa y el otro de la inmediata.

Al acabarse el repecho, volvió el jaco a la sosegada andadura habitual, y pudo el jinete enderezarse sobre el aparejo redondo, cuya anchura inconmensurable le había descoyuntado los huesos todos de la región sacro-ilíaca. Respiró, quitóse el sombrero y recibió en la frente sudorosa el aire frío de la tarde.

La evito y le muestro una gran frialdad; y ella lo conoce y sabe que no me engaña y que la juzgo como merece. Por eso su estupor al saber mi matrimonio, su palidez y el visible temblor de sus labios me extrañaron, pero me dejaron frío. Hasta afecté mirarla con indiferencia agresiva que decía claramente: «Si creías endosarme algún día tus inconsecuencias, te engañabas, bonita niña.

Acontecióle entonces lo que nos acontece cuando despertamos de una molesta pesadilla: su corazón se espació y aspiró con placer el aire frío que, zumbando en las cornisas, penetraba en remolino hasta el fondo del patio.

La confusión y el vértigo se apoderaron de su cabeza, que ardía como un volcán. Se llevó la mano a la frente y estaba fría como si fuese de mármol. Esto la sorprendió de un modo extraordinario. ¡Tanto calor dentro y tanto frío fuera! El océano se mostraba en aquel instante lleno de paz y dulzura.

Pero cinco minutos después el dolor comenzó de nuevo, más cruel que antes. Ben-Tovit se sentó en la cama y empezó a balancear el cuerpo acompasadamente. Su rostro adquirió una expresión de sufrimiento, y en su gran nariz, que había palidecido, apareció una gota de sudor frío.

Derrite en tus brasas todos los corazones, para que al fin, señor, salgan del frío ártico de su inercia y desdén, y en su nuevo ecuador reciban el espíritu del arte nuevo. Amén.