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Yo te llevaré a la casa.... ¡No quiero, que no quiero!, gritó ella levantándose de un salto, y poniéndose frente a Teodoro, que se quedó absorto al ver su briosa apostura y el fulgor de sus ojuelos negros, señales ambas cosas de un carácter decidido.

Lo que la joven le dijo debió ser tan importante y halagüeño, que el viejo cabecilla le dijo con voz conmovida, apretándole la mano y dándole un beso en la frente: Hija mía, usted va a ser nuestra salvación. Dios quiere poner en unas manos tan delicadas la suerte de muchos valientes y ¡quién sabe si también el triunfo de la causa!

Creyóle dormido el padre Bonnet y separóle las manos del rostro: vio entonces su frente arrebatada, sus ojos brillantes extraviados, y palpó sus manos ardorosas. ¿Qué es eso, hijo?... ¿Estás malo?... ¿Tienes calentura?... No..., no..., no tengo nada replicó el niño con forzada sonrisa. Y arrancándose bruscamente de las manos del padre, echó a correr hacia la clase.

Marcos Divès, de pie en medio de otro grupo, del que sobresalía completamente su cabeza, hablaba y gesticulaba, señalando ya a un punto de la sierra ya a otro. Frente a él se hallaba el anciano pastor Lagarmitte, con una amplia blusa gris, una larga trompa de madera colgada del hombro y su perro. Lagarmitte escuchaba al contrabandista con la boca abierta y de vez en cuando inclinaba la cabeza.

Después de ensayarse un poco contra las paredes, aceptó un pequeño asalto anodino con el señor de Maurescamp. Pusiéronse, pues, frente uno de otro y no fue poca la sorpresa de éste, al encontrarse que aquel pequeño personaje poseía una agilidad, golpe de vista, y alcance de tigre.

Así dio por cierto que el rapaz, su cautivo, llevaba en la frente la marca y el sello de un genio casi sobrehumano, y que delante de él se abrían luminosos horizontes de gloria y largo camino de triunfos y de grandezas. Como quiera que fuese, doña Mencía no pudo resistir a la tentación de volver a ver al rapaz. Para cohonestarla, antes de caer en ella, se le ofrecían tres razonables motivos.

Unos, porque absolutamente no conocen la localidad; otros, porque alientan ideas rutinarias ó quizás lo que es peor, por querer vengar rencillas y miserias, y los más, porque toda su experiencia y saber se reduce á haber ido cuarenta días en un camarote, instalarse en Manila, cobrar una nómina conociendo al habilitado, aunque no siempre al jefe, extender sus correrías por el país á la Calzada, los fosos de Santa Lucía, el campo de Bagumbayang y lo más lo más llegar á las aguas de Malinta, ó á las provistas despensas de los frailes de Imus; y con semejante extensión de tierra y el solo hecho de haber desembarcado en Manila y vivido unos cuantos meses ó años dentro de su murado recinto, arreglan el país y escriben furibundos artículos que no tienen de Filipinas más que las gotas de sudor que caen de la frente á la cuartilla.

Hay ademas en la capital del Austria cinco ó seis bibliotecas, con excelentes empleados á su frente y numerosas y preciadas colecciones de libros. Las academias, ateneos, y demas establecimientos literarios, responden á las necesidades intelectuales del pais.

Después solía tomar una almohadilla con algo de costura, y a cada instante volvía la cabeza hacia la otra tienda para decir: «Rumalda, sube y tráeme el dedal...». Más tarde: «Rumalda, la seda negra que está en mi costurero...». En la buñolería, que a eso de las diez apagó sus fuegos, estaba la de los parches al frente de sus menguados despachillos de escarola, perejil y lechugas.

Las sonrisas de sus labios se fueron haciendo tristes, y por la cándida frente pasó una ráfaga de inquietud que comunicó a su lindo rostro infantil cierta grave expresión que no tenía. Parecía que en virtud de un misterioso movimiento de su espíritu, la niña se transformaba en mujer en pocos instantes.