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He sabido que Quintana, que va al Príncipe con frecuencia, ha salido antes de las diez; he sabido que Bozmediano y su hijo, que asistían á la tertulia del marqués de las Amarillas, se marchaban á eso de las diez los tres juntos. Esto se ha repetido varias noches. ¿Y no se les sigue para saber dónde van?

Se nota tambien pirosis, espasmos del estómago, tirones que se propagan hasta la cara, y presiones en los hipocondrios. El vientre está abultado, hay borborigmos y espulsion de gases que ocasionan con frecuencia dolores y otras sensaciones penosas.

Mariano, el Tato y un pertiguero que también vivía en el claustro eran los que con más frecuencia encontraba Gabriel sentados en las desvencijadas silletas del zapatero, tan bajas, que podían tocar con las manos el suelo de ladrillos rojos y polvorientos.

Los síntomas relativos al corazon, á la circulacion, á la reaccion, ó al sistema nervioso cérebro-espinal, son con frecuencia periódicos y marcan estadios que simulan la fiebre intermitente. El pulso es pequeño y acelerado, débil y pequeño, ó pequeño é intermitente; algunas veces tirante y frecuente, y en otras muchas con movimientos tumultuosos del corazon.

En primer lugar, como ya dijimos, esas potencias ideales, á las que siguen otras en diversas gradaciones y de menor significación en general; pero con frecuencia de una manera tan decisiva, y forman de tal modo con sus trazos más vigorosos el fondo de los caracteres, que á su lado desaparece el individuo por completo.

¿Les pegan a ustedes con frecuencia? preguntó el portero. Pero escuche... El rubio asegura que nunca le han pegado, y yo no lo creo. Es imposible que no les peguen a ustedes. Como no les rompen ningún hueso, no tiene importancia. Por doscientos rublos al mes, bien puede uno resignarse a eso. ¿Verdad? El portero le miraba sonriendo amistosamente.

Fueron menester nada menos que dos siglos de tentativas y de ensayos, con frecuencia infructuosos, para que el arte moderno llegara á resolver satisfactoriamente este problema.

Inclinándonos sobre la fuente y viendo en ella reflejada nuestra cara fatigada y con frecuencia nada buena sobre su límpida superficie, no hay nadie que no repita instintivamente, hasta sin haberlo aprendido, el antiguo canto que los güebros enseñaban á sus hijos: Acércate á la flor, pero no la deshojes, Mírala y en voz baja: ¡Oh, quién fuera tan bueno!

Al convencerse de que esperaba en vano, una última ilusión le hacía volver los ojos hacia el blanco palacio del Acuario. Freya le había hablado de él. Con frecuencia se entretenía horas enteras contemplando la vida de los seres marinos.

No hay que buscar en él imaginación ni fecunda inventiva, ni esa mirada profunda y perspicaz en lo más recóndito del corazón humano y en lo más íntimo de la vida, sino sólo una descripción exacta de las costumbres de su tiempo, ingenio con frecuencia oportuno, y un diálogo tan sencillo como elegante y nunca trivial, á pesar de su naturalidad, al revés de otros escritores de comedias, por ejemplo Goldoni, que confunde lastimosamente ambas cosas.