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Don Francisco no tiene casa en Madrid... por ahora. Se le llevará á una torre del alcázar. Estaría demasiado cerca del rey. La torre de los Lujanes... Es demasiado honor para un simple caballero que le encierren donde ha estado encerrado un rey de Francia. Le llevaremos á un convento. Quevedo se serviría de los frailes. Consultaré, pues, á su excelencia.

Precisamente en los días últimos del año, cuando ocurrió lo que ahora se cuenta, casi toda la suma estaba sin colocar, y la tenía la señora en su cómoda, esperando una proporción, que D. Francisco tenía en tratos con un señor comandante. La suma que poseía Fortunata en acciones del Banco, se conservaba en esta misma forma, porque así lo había dispuesto D. Evaristo.

Juan de la Puebla, con el hábito de S. Francisco ejercitarse en los oficios mas bajos y penosos en servicio de los pobres y de los religiosos descalzos que estableció en la comarca.

Fotog. Carlos I llegó a tener más de seiscientos cuadros: conocido su poder, fácil es colegir los tesoros que acumularía en los palacios de los Países Bajos, de Italia y de España; sólo su tía doña Margarita de Austria, le legó más de cien pinturas: ni Francisco I de Francia, ni Enrique VIII de Inglaterra, llegaron a poseer riqueza parecida.

Pero sin que pudiera retrasarse ni un día, ni una hora, porque su honor estaba comprometido en casa de Mompous, y en caso de que Rosalía no pudiera cumplir, se vería precisado a pedir el dinero a D. Francisco. «Por Dios... no diga usted tal disparate. ¡Jesús!... Usted se ha vuelto loco-tartamudeó la de Bringas con temblor y sobresalto». Volvió a echar sus cuentas por centésima vez.

Isabel Cortés, mujer de Francisco Martí, alias Verdera, negociante de oficio, natural y vecina de esta Ciudad, de edad de treinta y dos años; reconciliada y presa segunda vez por delito de judaismo. Leyósele su sentencia con méritos, abjuró de levi, fue condenada en quinientas libras, destierro de esta Ciudad y confinación en el Reino a arbitrio del Tribunal; advertida, reprendida y conminada.

Cuando se quedó solo con él, Bailón le dijo que era preciso tuviese filosofía; y como Torquemada no entendiese bien el significado y aplicación de tal palabra, explanó la sibila su idea en esta forma: «Conviene resignarse, considerando nuestra pequeñez ante estas grandes evoluciones de la materia... pues, ó substancia vital. Somos átomos, amigo D. Francisco, nada más que unos tontos de átomos.

Gonzalo de Ulloa y Sandoval. Manuel de Vargas. Francisco de Victoria. Francisco de Villegas. Melchor de Valdés Valdivieso. Fernando de Vera y Mendoza.

Al oír la palabra aventura, Juan Montiño, que se había distraído por un momento de su idea fija, volvió á ella. ¿Conocéis á la reina, tío? le preguntó. ¡Pues podía no conocerla! dijo con sorpresa el señor Francisco. ¿Es la reina alta? . ¿Es la reina gruesa?... es decir... ¿buena moza? . Pues tío, yo quiero conocer á la reina.

Entonces vos sois como Francisco I, ¿preferís las mujeres? decía yo con mi airecito cándido. ¡Voto a bríos! exclamaba mi tía, que había substituido algunas palabras demasiado enérgicas, por esta frase aprendida a su esposo y que le parecía muy aristocrática ¡voto a bríos! ¡cállate, necia! Pero el cura le hacía una seña misteriosa y la excelente señora se mordía los labios.