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Entraba con esta confianza en las casas de los enfermos apestados y arrodillados todos, así cristianos como gentiles, rezábamos el Ave-María; luego preguntaba al enfermo si creía de corazón en Jesucristo y confiaba en su Santísima Madre, y respondiéndome que , le aplicaba una estampa de San Francisco Xavier para que me fuese intercesor con la Reina del cielo, y mis pecados no impidiesen su piedad; por último, le tocaba con la imagen de la Virgen Nuestra Señora, y de esta manera, en pocos, días cesó la peste y aún los de más peligro recobraron la saludAsí el Venerable Padre.

Su joven descendiente, con una rodilla en tierra, le besó la velluda y callosa diestra, que midiera su fuerza alguna vez con el mismo Francisco I. Luego ayudó al inquisidor, quien, materializado a su vez, se persignó y masculló alguna oración en ininteligible latín. Doña Brianda, tocándole inmediatamente el turno, descendió con dificultad, por sus años y su respetable peso de matrona española.

Cambiaron un frío saludo y en seguida se dirigieron separadamente hacia la alcaldía: Simón en medio de todos sus amigos y teniéndose que contentar Francisco con la compañía del alcalde que acababa de separarse de los demás para recibir oficialmente al representante de la Administración pública.

De aquel modo se perdió también un admirable artículo sobre «Los recursos de Humboldt County» que había yo compuesto la noche antes, y que, sin duda alguna, hubiera cambiado el aspecto de los negocios del año siguiente y llevado a la bancarrota a los muelles de San Francisco.

D. Francisco iba a estas reuniones con su mujer; pero últimamente se sentía tan fatigado que Rosalía tuvo que ir sola con Paquito. En Mayo, la proximidad de los exámenes obligaba al discreto joven a no desamparar sus estudios, y entonces acompañaba a su mamá hasta el portal de la casa de Tellería, volviéndose a la suya y a la fatiga de sus libros.

Pues porque estaba preso, y por saber que le han soltado y que al verse suelto se ha venido á la corte, son hablillas y la admiración de todos. ¡Bah! dijo el padre Aliaga. Se asegura que va á haber variación en el consejo y en la alta servidumbre. ¿Porque ha venido don Francisco? Dicen que anoche estuvo don Francisco en palacio. Bien, ¿y qué?

Me haréis en ello gran merced; y como supongo que necesitaréis de vuestro tiempo, me pongo á vuestros pies y os pido licencia para retirarme. Supongo que nos volveremos á ver. Nos volveremos á ver... ¡de seguro! Pues adiós, don Francisco. Que os guarde Dios, señora. Y tomando una mano á la de Lemos y besándola cortésmente, y lanzándola rápidamente una mirada en que había todo un discurso, salió.

«Por más que me digáis, me riñáis y me prediquéis, mi querido cura, no me quitaréis de la cabeza que si Francisco I amaba mujeres tan lindas como Blanca de Pavol, tenía por cierto, mucho juicio. Vos mismo, señor cura, os enamoraríais de ella, si la vierais. Sin embargo, os declaro, sus modales de reina me intimidan algo, a mi, a quien nada intimida.

No son malas, señor Francisco, no son malas; guardadme una para más tarde; pero yo ahora me llevo conmigo al señor Juan Montiño. Como que le espera nada menos que don Francisco de Quevedo, y para asuntos muy importantes. ¡Oh! pues si don Francisco de Quevedo me espera, tío, necesario será que vaya. Iremos todos dijo el cocinero.

Entre tanto Quevedo, atravesando callejones y galerías, se entró en el aposento de doña Clara Soldevilla. Don Juan se calentaba al brasero y doña Clara escribía. Consuela este olor dijo Quevedo entrando. ¡Ah, mi buen amigo! dijo don Juan. ¡Ah, don Francisco! exclamó doña Clara : ¿de qué olor habláis?