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«Lo que se llama querer... dijo Fortunata haciendo esfuerzos para expresarse claramente , querer, ¿entiende usted?, no; pero aprecio, estimación ». ¿De modo que no hay lo que llaman ilusión?... No señor. Pero hay esa afición tranquila, que puede ser principio de una amistad constante, de ese afecto puro, honesto y reposado que hace la felicidad de los matrimonios.

Oyéronse pasos otra vez; pero eran muy pesados y los acompañaba un carraspeo y resoplido de persona madura, por lo que nadie creyó fuera Fortunata la que llegaba. «Es Sigunda», dijo izquierdo antes de verla, y no se equivocó.

Una de las cosas a que Maximiliano daba más importancia para poner en ejecución su plan redentorista era que Fortunata le amara, porque sin esto la sublime obra iba a tener sus dificultades. Si Fortunata se prendaba de él, aunque se prendara por lo moral, que es la menor cantidad de amor posible, no era tan difícil que él la convirtiera al bien por la atracción de su alma.

Había llegado el momento de que se llevaran el cuerpo de Mauricia, y este acto tristísimo se conoció en los gemidos y sollozos de todas las mujeres que en la casa mortuoria estaban. Cuando Guillermina y Fortunata salieron, ya el ataúd era bajado en hombros de dos jayanes para ponerlo en el carro humilde que esperaba en la calle.

Lárgate a tu cocina, y déjanos en paz. Papitos se fue refunfuñando. ¿Qué traes por aquí? le preguntó Fortunata, que desde que la vio entrar, sentía palpitaciones muy fuertes. Pues nada... Estoy otra vez corriendo prendas, y aquí traigo unos mantones para que los vea esa tía pastelera... ¡Qué manera de hablar!

Fortunata determinó volverse a su casa, pues tenía algo que hacer en ella, y repitiéndole a Papitos las varias disposiciones dictadas por la autócrata en el momento de su segunda salida, se puso el mantón y cogió calle.

Si usted se obstina en callarse, creeré que la causante de toda esta tragedia es usted y nada más que usted». Fortunata se volvió hacia ella. Su palidez era como la de un muerto. «Vamos a ver añadió la de Jáuregui manoteando . Si mi sobrino me vuelve a preguntar si ha entrado usted, ¿qué le digo?».

Ya me estoy riendo del chasco que se va usted a llevar. Porque ahora, como si lo viera, se lanzará otra vez a la vida libre. Divertirse... ¡ea!... Por de pronto habrá un arreglito, y ese tunante le dará alguna protección; tendrá usted casa en que vivir... Y ahora que me acuerdo, ¿ese hombre es casado? señor dijo Fortunata con pena.

Fortunata tenía la boca extraordinariamente amarga, cual si estuviera mascando palitos de quina. Al entrar en la parroquia sintió horrible miedo. Figurábase que su enemigo estaba escondido tras un pilar. Si sentía pasos, creía que eran los de él. La ceremonia verificose en la sacristía, y duró poco tiempo.

Sin duda las madres Micaelas no gustaban de perder el tiempo. «Despídase usted» le dijo la seca, tomándola por un brazo. Fortunata estrechó la mano de Maxi y de Nicolás, sin distinguir entre los dos, y dejose llevar.