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Cuando Fortunata entró en el convento, las papeletas de alhajas y ropas de lujo que estaban empeñadas quedaron en poder del joven, que hizo propósito de liberar aquellos objetos en cuanto tuviese medios para ello.

¿Por dónde lo has sabido? Eso, acá yo... Todo se sabe replicó la Dura con malicia . Vaya, que te ha caído la lotería. Yo me alegro, porque te quiero. En esto Mauricia se inclinó bruscamente y recogió del suelo un objeto pequeño. Era un botón. «Buen agüero, mira dijo mostrándolo a Fortunata . Señal de que vas a ser dichosa». No creas en brujerías. ¿Que no crea?... Paices boba.

Sentía aquí, entre , una cosa... Como una pena... Como pena no, un gusto, un consuelo... Se acercó entonces Fortunata, y ambas callaron. Si están de secreto, me voy. Yo creo dijo Belén, después de una grave pausa , que eso debes consultarlo con el confesor. Mauricia se levantó y andando lentamente retirose a la habitación donde dormía y tenía su ropa.

¡Toma!... ¿Y no me dijiste que irías también y que querías ser paleta? ; pero fue porque me pensé que era conversación. ¡Encerrarme yo en un pueblo! ¡Qué talento tienes! De tal modo se demudó el rostro del joven, que Fortunata, que ya empezaba a decir algunas bromas sobre aquel asunto, se recogió en .

La vacilación duraría como un par de segundos. Y después Fortunata se metió en el coche, de cabeza, como quien se tira en un pozo.

Doña Lupe se sintió con unas ganas tan vivas de protección con respecto a Fortunata, que no podría llevarse cuenta de los consejos que le dio y reglas de conducta que se sirvió trazarle. Es que se pirraba por proteger, dirigir, aconsejar y tener alguien sobre quien ejercer dominio... Una de las cosas que más gracia le hicieron en Fortunata, fue su timidez para expresarse.

Mirola Guillermina, sintiendo el espanto más grande que en su vida había sentido... Fortunata agachó más la cabeza... Sus ojos negros, situados contra la claridad del balcón, parecía que se le volvían verdes, arrojando un resplandor de luz eléctrica. Al propio tiempo dejó oír una voz ronca y terrible que decía: «¡La ladrona eres ... ! Y ahora mismo...».

Otra ventaja de aquel barrio sobre Chamberí es que se puede ir de noche a ver una piececita o a pasar un rato en cualquier café, sin hacer caminatas de media legua, ni usar el tranvía. A Fortunata no le gustaba ir al teatro ni presentarse en público.

Primer caso: supongamos que al poco tiempo de vivir con Maximiliano, encuentras que el muchacho se porta bien contigo, vas viendo sus buenas cualidades, que se manifiestan en todos los actos de la vida, y supongamos también que le vas teniendo algún cariño...». Fortunata tenía la mirada fija en un punto del suelo, como una espada, tan bien hundida que no la podía desclavar.

Uno y otro se estuvieron mirando breve rato, los ojos clavados en los ojos, hasta que Juan dijo en voz queda: «¡Si la hubieras visto...! Fortunata tenía los ojos como dos estrellas, muy semejantes a los de la Virgen del Carmen que antes estaba en Santo Tomás y ahora en San Ginés.