United States or Djibouti ? Vote for the TOP Country of the Week !


Era probado: Siempre que su marido estaba por las noches muy dado a la somnolencia espiritual, al día siguiente le entraba la desconfianza furibunda y la manía de que todos se conjuraban contra él. Poco después de esto, dijo Maxi que se quería acostar. Fortunata encendió luz, y él fue hacia la alcoba, arrastrando los pies como un viejo.

Fortunata volvió a la apartada silla en que antes estuvo, y doña Lupe, después de llevarse las manos a la cabeza, hizo un gesto de conformidad cristiana. Le faltaba poco para echarse a llorar.

Y por Dios, no me des más jaquecas. Si pasan días y no salta la avenencia, se acabó. Pero no me deis más jaquecas, por Dios, no me deis más jaquecas». Esto último lo dijo en alta voz, saliendo ya al pasillo, de modo que lo oyeron muy bien, Papitos en un extremo de la casa, y Fortunata en otro.

Patricia se permitió la confianza de poner su mano en el hombro de su ama, diciéndole: «Ahora que nos podemos acostar. ¡Qué susto hemos pasado!». Fortunata le respondió: «¿Susto yo?... ¡quia!». Todo esto se decía con un cuchicheo cauteloso, y lo mismo lo habrían dicho aunque no hubiera allí un enfermo cuyo sueño había que respetar.

Al arrojar la cerilla en el suelo, esta cayó encendida, y Fortunata la miró con vivo interés, recordando una de las supersticiones que le habían enseñado en su juventud. «Cuando la cerilla cae prendida se dijo y con la llama vuelta para una, buena suerte». Maxi entró cansado y meditabundo; pero al ver a su mujer se puso alegre. ¡Todo un día sin verla!

Fortunata se sentó a su lado, dejando la mesa a medio poner y la comida a punto de quemarse. Maximiliano le dio muchos abrazos y besos, y ella estaba como aturdida... poco risueña en verdad, esparciendo miradas de un lado para otro. La generosidad de su amigo no le era indiferente, y contestó a los apretones de manos con otros no tan fuertes, y a las caricias de amor con otras de amistad.

Oyendo estas ponderaciones orgullosas, Fortunata se echaba a pensar qué cosa tan empingorotada sería aquel destino del papá de su amiga. Pero lo mejor fue que en la conversación salió de repente una cosa interesantísima. Manolita conocía a los de Santa Cruz. ¡Vaya!, si su marido, Pepe Reoyos, era íntimo, pero íntimo, de D. Baldomero. Y ella, la propia Manolita, visitaba mucho a doña Bárbara.

Fortunata sintió como un desvanecimiento, y al incorporarse se le iba la cabeza, y la habitación daba vueltas en torno suyo. Llevándose la mano a los ojos, dijo a su marido: «Me lo tienes que decir». Es una amiga tuya. ¡Amiga mía! , y su nombre empieza con A.

Fortunata no se atrevió a responder claro. Le parecía mucho lo que el eclesiástico proponía. Recortándolo algo se podía aceptar. «Puedo llegar a quererle con el trato...». Perfectamente... Porque es preciso que usted se fije bien en una cosa: eso de la ilusión es pura monserga, eso es para bobas.

Esto no le hacía maldita gracia a Fortunata, porque... «si al otro le da la gana de pasar también esta tarde y Maxi le ve, se va a excitar mucho». Por tal motivo estuvo muy inquieta, y a cada instante se asomaba y volvía para adentro, tratando de que su marido se pusiese en otra parte. Pero al otro no le dio la gana de pasar aquella tarde.