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Sabe hace tiempo, por las cartas de don Marcos, que Alicia se acordó de él en su último instante, dejándolo heredero de sus minas de plata en Méjico, de todo lo que poseía al otro lado del mar: nada por el momento, tal vez en el porvenir una fortuna casi igual á la que Lubimoff tenía antes en Rusia. Permanece con los ojos fijos en la sepultura.

Desde que se conocieron fue la sola compañera de Susana capaz de escuchar, sin sonreír burlonamente, sus primeros arranques orgullosos, propios de señorita mimada por la naturaleza y la fortuna, llegando a ser la única confidente de sus ambiciosas ilusiones. No las compartía, pero no las ridiculizaba.

En este canto se cuenta como vuelto el Adelantado de Ibiaza, fué al Rio de la Plata, y de la venida del capitan Rui Diaz en su demanda. ¡O mísero contento de esta vida, Aguado con sobrados descontentos! Tras el deleite siempre viene asida La pena, los disgustos y tormentos: Que no hace en un ser jamás manida Fortuna, sin tener mil mudamientos.

Ovidio no refiere si el enamorado Píramo se ponía en actitud tan cómica cuando buscaba en la muralla una hendidura por donde contemplar a Tisbe; si así era, fortuna tuvo el galán en no ser visto por la dama.

Libertad, pues, y adiós para siempre la ilusión de toda su vida, el sostén y fundamento de su ser moral; adiós nobleza, marquesado, fortuna... Mas ¿por qué afligirse tanto, si en misma hallaba Isidora indecibles consuelos? Libre y ya sin pretensiones, procuraría ser siempre muy señora. ¿Acaso el verdadero señorío no puede existir sin títulos y grandes riquezas?

«La muerte de Antonio Pérez, acaecida en noviembre, escribía, me ofrece materia para ejemplo de la fragilidad de la privanza de los Reyes, de la instabilidad de la fortuna, del odio implacable de los españoles y de la humanidad de Francia con los extranjeros.

Todos le han conocido, de lejos o de cerca, de vista o de oídas. Don Aquiles Vargas, el primer Aquiles de la familia, padre de don Pablo y abuelo de Quilito, tuvo tienda muchos años en la que se llamó calle de Mendocinos, y en tiempos en que todo andaba revuelto y no se contaba segura la cabeza, supo hacer fortuna comerciando en géneros de las provincias.

Habíase dado con pasión a la política; y mientras arreglaba ciertos comprobantes, de muy mal arreglo, para que le nombraran senador, perseguía, con escasa fortuna, una credencial de diputado cunero. No salía del salón de Conferencias, ni de la tertulia del ministro de la Gobernación.

Como otros muchos hombres, en aquel largo período de anarquía, discordias y guerras civiles, que precedió al reinado de los Reyes Católicos, había buscado por diversos caminos la notoriedad, el poder y la fortuna, y no había logrado hallarlos.

A las diez fue a su casa y se puso a redactar su testamento, dejando la mitad de su fortuna a Antoñita, un legado de cien mil francos a Felipe, que todos los días había ido a enterarse del curso de la enfermedad de Magdalena, y distribuyendo el resto en diferentes mandas.