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Don Buenaventura pontificaba desde lejos, en el diario más grande de la América. La escuela literaria de la Flor de un día había hecho su época; hombres y libros nuevos dirigían el pensamiento argentino.

Viendo que no había nadie a quien pedirla, fue y la cortó. Tan pronto como la había cortado, se le apareció un oso tan grande que retrocedió asustado. 35 ¿Quién te ha dado permiso para cortar esta flor? le dijo el oso.

Los más principales Capitanes que animaban y alentaban á los demás, fueron cuatro, debajo de cuyas banderas, sirvieron Roger de Flor Vicealmirante de Sicilia, Berenguer de Entenza, Ferran Jimenez de Arenós, ambos ricos hombres, y Berenguer de Rocafort; todos conocidos y estimados por soldados de grande opinion.

Sentíase rejuvenecido por el contacto de los fresquísimos pétalos de tantas y tantas flores, de todos colores y formas, subiéndosele a la cabeza los primaverales perfumes de las rosas, de los junquillos y de los iris... Cada vez que añadía una flor al brazado de la viuda, era para él una delicia rozar apenas los dedos de Camila por entre las hojas llenas de humedad.

Al día siguiente, las madres de los novios hacían platos con los dulces esparcidos en la cama y los enviaban a las solteras del barrio con una flor de la corona.

Ea, ¡pardiez! si usted se entierra aquí en la flor de la edad madura, ¿quién nos dará lecciones de elegancia? ¿quién nos enseñará a vivir bien, a comerse correctamente una fortuna? ¿quién nos enseñará el arte de gustar a las mujeres, que se va perdiendo entre nosotros? El duque respondió con un gruñido como el borracho a quien se despierta bruscamente.

Pero un día Keller la abandonó como ella había abandonado a otros; se fue arrastrado por el marchito encanto de una contralto tísica y lánguida, que tenía el enfermizo perfume, la malsana delicadeza de una flor de estufa.

Ella, pues, ya por estar en la flor de su edad y en lo mejor de la juventud, ya por las sugestiones del demonio, se rindió, finalmente, á sus apetitos, viviendo peor que antes: porque es ordinario que sea más malo quien abandona la fe que quien jamás la ha profesado.

La muerte de Alamar cortó en flor proyectos tan prudentes, y dejó en libertad al nuevo Sultán para seguir las dulces inclinaciones de su corazón, contando éste que, con un brazo fuerte y una voluntad firme, podría hacer frente al de Aragón por la parte oriental, y al de Castilla por la parte del Algarbe de su reino.

Digo, pues, que, cuando dieron la señal de la arremetida, estaba nuestro lacayo transportado, pensando en la hermosura de la que ya había hecho señora de su libertad, y así, no atendió al son de la trompeta, como hizo don Quijote, que, apenas la hubo oído, cuando arremetió, y, a todo el correr que permitía Rocinante, partió contra su enemigo; y, viéndole partir su buen escudero Sancho, dijo a grandes voces: ¡Dios te guíe, nata y flor de los andantes caballeros! ¡Dios te la vitoria, pues llevas la razón de tu parte!