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El éstasis sanguíneo en un órgano flogoseado no está en relacion terapéutica con el acónito; porque unas veces el entorpecimiento nervioso existe por esceso ó por debilidad de la vitalidad, en cuyo caso los medicamentos indicados son: arsénico, opio, centeno cornezuelo; en otras, es por la irritabilidad de la fibra, la cual reclama árnica; en otras, en fin, los tejidos se alteran, se forma un nuevo producto, y segun las circunstancias, pueden estar indicados la brionia, el azufre ó el fósforo.

La única mujer que iba entre ellos era María. En vano don Mariano, con lágrimas en los ojos, suplicó al jefe de la fuerza que le permitiese llevarla en un coche. Al fin se dio la orden y el teniente emprendió la marcha con los presos. Don Mariano no quiso dejar a su hija.

Vida de mis pensamientos Y de mis temores fríos; Descanso de mi esperanza, Fin de mis deseos cumplidos, Centro de aquestos sentidos Y cielo que el alma alcanza; Gloria que esperé y temí, Regalo que imaginé, Premio de mi pena y fe, Para quien sólo nací. Hálleme agora la muerte, Que esta noche me ha buscado.

Aunque este Gobernador parte á V. E. del Fuerte de Coimbra y poblacion de Albuquerque, que los Portugueses han fundado ultimamente en la costa occidental del rio Paraguay, me considero obligado á poner en noticia de V. E. algunas reflexiones que me suministran los conocimientos de estos paises, para que V. E. las haga saber á S. M.; á fin de que, enterado de ellas, pueda deliberar con acierto, y no consigan los Portugueses quebrantar el tratado de paz último, en cuanto se opone á la conservacion de sus usurpaciones, y nos facilidad para contener sus progresos.

El tipo, en fin, era el del habitante antiguo de aquellos lugares, no mezclado para nada con la raza conquistadora. Llamábanle el tío Francisco. Era el modelo de los esposos y de los padres de familia.

Aquello era club incipiente, redacción de periódico, academia parlamentaria, todo esto, y algo más. ¡Qué hervidero! ¡Cuántas pasiones, cuántas crisis, cuántas revoluciones, cuánta historia, en fin, bullían dentro da aquel pastel que acababa de ponerse al fuego!

Mientras los escolares se detenían en la esquina para emprender en la parte más llana de la acera un partido de canicas o de burras, los latinistas del «pomposísimo Cicerón» siguieron de largo, volviéndose para mirarme con cierta curiosidad entre burlona e impertinente. Al fin de la calle, delante de una tienda, una carreta, tirada por una yunta, aguardaba la salida de los gañanes.

Pero sus renovados odios trataban de envenenar la admiración: «¡Oh!, , señora pensaba . Ya sabemos que tiene usted un sin fin de perfecciones. ¿A qué cacarearlo tanto...? Poco falta para que lo canten los ciegos. Si estuviéramos como usted, entre personas decentes, y bien casaditas con el hombre que nos gusta, y teniendo todas las necesidades satisfechas, seríamos lo mismo.

Pero enredándose en estos líos muchas veces, fué al mostrador; llenóle con la tiza de números como la palma de la mano; los borró dos veces con saliva y la manga del chaquetón; escribiólos de nuevo, y al fin volvió a la mesa, diciendo en seco: Tres pesetas, con la estaca.

El criado me había arrancado las riendas y blasfemaba como un condenado, tratando de contener los jacos. Entre éstos, al fin, se produjo divergencia de pareceres sobre la línea que habían de seguir. Como resultado de ella, vino el arremolinarse y volcar.