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En fin, lo que acontece muchas veces en estos, sucedió en la ocasión presente. Los que más gritaban, pudieron más; y quedó decidido que aquel poderoso y terrible animal muriese en regla y dejándole todos sus medios de defensa. Pepe Vera salió entonces armado a la lucha. Después de haber saludado a la autoridad, se plantó delante de María y la brindó el toro.

Al dejar la muralla de la ciudad tártara, seguimos mucho tiempo caminando entre las cercas de los jardines sagrados que rodean el templo de Confucio. Era el fin de otoño; ya las hojas estaban amarillas; una dulzura suave erraba en el aire. De los kioscos santos salía un susurro de cánticos monótonos y tristes.

Esta palabra me sacó de mi estupor, e involuntariamente iba a exclamar como don Quijote: «Come, Sancho hijo, come, que no eres caballero andante y que naciste para comer», porque al fin los filósofos, es decir, los desgraciados, podemos no comer; ¡pero los criados de los filósofos! Una idea más luminosa me ocurrió: era día de Navidad.

Las piedras son las primeras que se detienen, luego los objetos pesados, y, por fin, el torrente, convertido en arroyo, no arrastra por el fondo de su cauce más que pequeña grava, y sólo lleva en suspensión la fina arena y la tamizada arcilla.

Y cuando la noche ya avanza de estrellas al vago tremer, al fin de la oscura avenida un lánguido rayo se ve, fulgor diamantino que anuncia de fúnebre velo al través, que emerge de nube fantástica la Luna, la blanca Astarté. Y yo dije a mi alma: «Más que Diana ardiente, aquella misteriosa Luna rueda al través de un éter de suspiros; lágrimas de su faz una por una caen donde el gusano nunca muere.

Odiaba á los rostros desconocidos, por estar seguro de que ejercían sobre él una influencia maléfica. Bastaba que viese uno al otro lado del tapete verde ó detrás de su asiento, para que empezase á rugir por lo bajo, hasta que al fin se ponía de pie, trasladándose al bar, seguro de que un whisky á tiempo cortaría la mala suerte.

Por ella se hace una reputación en la ciudad; por ella se hace intolerable en la casa en que se le hospeda; por ella, en fin, derrama por un balazo dado a un Jorge Peña el primer reguero de sangre que debía entrar en el ancho torrente que ha dejado marcado su pasaje en la tierra.

Hasta de la no aparición de tierra alguna deducía él faustos pronósticos y la consideraba como signo de buen agüero: O no hay decía , o si hay no quiere el destino que descubramos terreno donde fijar el pie para obligarnos así a que lleguemos al fin del continente que descubrió Colón; a que le atravesemos por un estrecho de mar o a que le rodeemos por su extremidad Sur, como ya rodeamos el África por el Cabo de las Tormentas y a que volvamos triunfantes a la gran ciudad de Lisboa.

¿Lee usted los periódicos? le pregunté, sin embargo. No, señor, en este país no se sabe escribir periódicos. ¡Lea usted ese Diario de los Debates, ese Times! Es de advertir que don Periquito no sabe francés ni inglés, y que en cuanto a periódicos, buenos o malos, en fin, los hay y muchos años no los ha habido.

Quieres ver á Doña Blanca, y la verás, pero con menos peligro de lances y de escándalo. Pasado mañana va D. Valentín á la casería con el aperador, á vender unas tinajas de vino. Entonces podrás ver y hablar á Doña Blanca. Para evitar mayores males, te llevaré yo mismo. Yo entretendré á Clara á fin de que hables á solas con Doña Blanca y le digas cuanto tienes que decirle.