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«Volviendo al objeto especial de este informe, y para hacer apreciar en una palabra el trabajo que me ha sido sometido, diré que los materiales topográficos del señor de Orbigny unidos á las posiciones determinadas por el señor Pentland, harán que pueda construirse el mapa detallado de un pais, que es tan grande como la Francia, con una exactitud comparable á la de nuestros mapas de la España; yo expresaré el deseo de que las minutas de este trabajo, que acaso no volverá á ejecutarse jamas, sean conservadas en una de nuestras colecciones nacionales: el autor se encuentra en el caso de terminar la redaccion y el dibujo, de publicar en fin sobre una escala reducida, aunque bastante grande todavía, el mapa de las regiones que ha recorrido.

De repente, al oir uno de los nombres anunciados por el funcionario encargado de presentar á los que solicitaban audiencia, levantóse apresuradamente el príncipe y exclamó: ¡Por fin! Acercaos, Don Martín de la Carra. ¿Qué nuevas y sobre todo qué mensaje me traéis de parte de mi muy amado primo el de Navarra? Era el recién llegado caballero de arrogante figura y majestuoso porte.

Tiene al fin la dicha de encontrarlo y de casarse, pero no tarda en desengañarse de su error y en arrepentirse de no haber preferido al necio, puesto que, en vez de dominarlo, tiene siempre que seguir ciegamente su dictamen. Afortunadamente enviuda pronto, y acepta la mano del primer pretendiente.

Al fin aquellas armonías desordenadas, inconexas, no escritas, emanadas por mismas, sin conciencia de quién las producía, se ordenaron, se desarrollaron, crecieron, interpretando un magnífico canto de sentimiento, y luego una voz de mujer, como yo no había oído jamás, tan extensa, tan grave, tan dulce, tan elocuente, tan pura, cantó.

El pobre diablo acababa de llegar de Terranova y a fin de mes partía para los mares de la China, donde había de permanecer cinco años, y encontraba muy natural abrazar a su mujer, entre dos viajes. La librea de sus criados le hizo guiñar los ojos, y los esplendores de su mobiliario le acabaron de deslumbrar.

D. Rodrigo de Mur, señor de la Pinilla, acompañado de un criado y de un fraile vizcaíno, de nombre Mateo de Aguirre, aparecieron en París, despachados por D. Juan de Idiáquez con expreso fin de matar al ex-Secretario de D. Felipe.

Para alcanzar su fin, para reparar las brechas de su fortuna, ha usurpado nuestra confianza, ha hecho trizas nuestro reposo, ha jugado con nuestros sentimientos más puros, más verdaderos y más sagrados, ha estropeado y destrozado nuestros corazones sin piedad. Vea ahí lo que ha hecho, ó querido hacer, poco importa.

No crea que conseguí fácilmente el puesto: hasta necesité influencias. Al principio hacíame gracia el odio de la gente: me sentía orgulloso con inspirar terror y repugnancia. Presté mis servicios en muchas Audiencias, rodamos por media España, y los chicos cada vez más hermosos; hasta que por fin caímos en Barcelona. ¡Qué gran época! La mejor de mi vida: en cinco o seis años no hubo trabajo.

En fin, depuradas las cosas en el crisol de la verdad, la virtud de Paris con respecto á la opinion pública, seria una hipocresía, un fraude, un dolo, si no fuera un comercio hábil, una industria que participa de cierto hechizo para explotar al hechizado; ¡palaustre tambien! La conciencia se escribe y se suma: el guarismo mayor es el más moral. ¿No hay guarismo? Pues no hay nada.

Era una locura; pero el visionario muchacho «veía» cantar los campos y gozaba en la muda sinfonía de los colores, en aquella obra silenciosa y extraña que se parecía a algo... a algo que Andresito no podía recordar. Por fin, un nombre surgió en su memoria. Aquello era Wagner puro; la sinfonía del Tannhauser, que él había oído varias veces.