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Curado con estos desengaños de la pasión política, dióse á lo de puro recreo; y quiso contemplar de cerca lo que tanto admiró desde lejos: la casa de fieras.

Como los niños de los cuentos de hadas, cuando se pierden en obscura y tempestuosa noche, en medio de un bosque lleno de malezas, precipicios y tal vez fieras, veo siempre a lo lejos resplandecer la lucecita que ha de guiarnos a un espléndido alcázar, donde genios bienhechores han de albergarnos, restaurarnos y regenerarnos.

Ni me da cuidado que despues sea mi cadaver pasto de las aves i los perros en el campo, ó que á vista tuya i con una complacencia cruel le despedacen las fieras y le devoren hasta que no queden sino los desnudos huesos, porque al fin me he de hallar salvo y sin lesion delante de Dios

La visita de la señora del maestro la llenaba de orgullo, pero sus inquietudes casi la hacían reír. No debía temer nada. Los de a pie se libraban siempre del toro, y el señor Juan Gallardo tenía mucho «ángel» para echarse de encima a las fieras. Los toros mataban poca gente. Lo terrible eran las caídas del caballo.

Sin embargo, nunca intenté vengarme de ellos, porque muy bien que son malvados porque así los ha creado la Naturaleza o el Destino; hacen daño como lo hacen las fieras, por el egoísmo que ruge dentro de todo ser animado. El mundo está organizado para devorarse los seres, unos a otros.

De fieras, yo conozco dos clases decía una vez Ana : una se viste de pieles, devora animales, y anda sobre garras; otra se viste de trajes elegantes, come animales y almas y anda sobre una sombrilla o un bastón. No somos más que fieras reformadas.

El ganadero, por su parte, necesita mucha tierra inculta para criar sus fieras, que la pagan no por su carne, sino en razón de su salvajismo. Y los poderosos que poseen el dinero, tienen interés en que todo continúe lo mismo, y así seguirá. Salvatierra reía recordando lo que había oído sobre el progreso de su país.

¿En qué? En que, rechazado por ti mi tratamiento, te debo considerar como incurable y hacerte el amor. ¡Qué disparates dices! ¿Vámonos al Retiro?... ¿Te acuerdas de aquellos paseítos, del Museo, de las fieras, de las naranjas que nos comimos entre los dos? Bien me acuerdo... Déjate de tonterías. No, no creas que voy a repetir ahora lo que entonces te decía.

Al cabo de media hora llegó a una de aquellas alamedas del Retiro que empiezan junto a la Casa de fieras y terminan en el estanque llamado Baño de la elefanta.

Pero así que Gallardo se iba, estoque en mano, hacia un toro «de cuidado», el banderillero permanecía cerca de él, pronto a auxiliarle con su pesado capote y su brazo vigoroso que humillaban la cerviz de las fieras.