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Aunque la comparación se me rechace, negando la paridad de las circunstancias y alegando el muy diverso carácter de las épocas, todavía inclina un poco el ánimo a tener por algo problemática la habilidad del rey Don Felipe. Su circunspección pecaba de minuciosa. Tal vez dificultaba sus empresas la abundancia de medios que empleaba para darles cima.

Soy pronto en mis decisiones: antes de anochecer sabrá usted si fui digno de la confianza que depositó en y si merezco el consejo que ahora mismo me está dando. E hizo un ademán de retirarse, después de dirigir un saludo al conde. ¿Se va usted sin decir nada a Felipe? insinuó el anciano, deseando que terminase allí el lance. Cierto; le debo una satisfacción y voy a dársela dijo Amaury.

40 Felipe empero se halló en Azoto; y pasando, anunciaba el Evangelio en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea. 1 Y Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al príncipe de los sacerdotes, 2 y demandó de él letras para Damasco a las sinagogas, para que si hallase algunos hombres o mujeres de este camino, los trajese presos a Jerusalén.

Las ocurrencias que habia por entonces en los estados de Felipe el Hermoso, no le permitian continuar por mas tiempo en España: asi es que determinó ponerse en marcha al instante, aun en contra de su voluntad, no bastando ni los ruegos de su madre, ni los de Doña Juana para hacerle desistir de su empeño. Desde esta época fatal data la locura de la madre de tantos reyes.

En bastantes capítulos del libro apenas se le nombra: a veces se presume pero no se asegura que sale a la escena. Quien está siempre en ella presente y activo es el rey D. Felipe. El libro del Sr.

La primera escena es en la casa del Cadí de Granada, en donde los moros celebran en secreto su aniversario; llaman de repente á la puerta, y pide entrar Don Juan de Malec, descendiente de los antiguos reyes de Granada, que, sumiso á las leyes de Felipe II, se ha convertido al cristianismo, habiendo sido premiado con el cargo de concejal de la ciudad.

Y no digamos nada de don Felipe II, un monarca tan sabio, tan astuto, que hacía bailar a su gusto a los reyes de Europa como si les tirase de un hilillo.... Todo para mayor gloria de España y esplendor de la religión. De victorias y grandezas no digamos. Si su padre venció en Pavía, él reventaba a los enemigos en San Quintín. ¿Y qué me dices de Lepanto?

¡Cómo! ¿menudencias llama usted a cosas que atañen a la honra, a la reputación, al porvenir de una persona? No te enfades por mi manera de expresarme; ya comprendo que no he debido llamar menudencias a cosas graves, porque grave es en verdad un asunto de amor, de verdadero amor. ¡Acabáramos! ¿Conque ama usted a Antoñita? Muy compungidamente Felipe contestó que .

En las ciudades no había más establecimientos prósperos y ricos que los conventos y los hospitales. La antigua industria había desaparecido. Segovia, famosa por sus paños, que ocupaba en su fabricación cerca de cuarenta mil personas, apenas si tenía quince mil habitantes, y tan olvidados de tejer la lana, que cuando Felipe V quiso restablecer la fabricación tuvo que traer obreros alemanes.

El desgraciado Felipe IV, tan miope para los errores de su política como perspicaz para el decaimiento de la religiosa, atribuyendo sus reveses á la falta de devocion hácia el Arcángel S. Miguel, deseaba que se le hiciesen demostraciones públicas de afectuoso culto, y que se le admitiese por patrono del reino.