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Sus forzosas separaciones son penosas; las escapatorias que permiten reunirse tienen un encanto que el arte no puede ocultar, ni los esposos se avergüenzan de demostrar su felicidad. Los que lo tienen gastado, dirán que esto es propio de gentecilla, que es muy prosaico. Poco importa la forma, cuando el fondo es tan conmovedor.

Uno que deseaba la enmienda desto, le echó una carta del tenor siguiente: «Iltre. señor: Los que se desvelan y ponen toda su felicidad en ser tenidos y tratados de ilustres, debríanse preciar de serlo, así en obras de buenos cristianos, como de animosos caballeros.

Otras, animado por un soplo de esperanza, concebía mil ilusiones y prescindía de su estado, y me entretenía a pintar mi felicidad si ella me diese alguna esperanza.

Parecía que aquella tristeza aumentaba al verme a tan tranquilo y satisfecho; mi calma, sobre todo, le mortificaba horriblemente; quería censurar mi felicidad sin haberme él dicho antes el motivo por el cual debiera estar yo triste.

Piensa en mis recomendaciones y ten la seguridad de que sólo la preocupación de tu felicidad y situación guía mis actos e inspira la prudencia que te aconsejo. Obra discretamente; pero no te guíes por las apariencias, por excelentes que sean. Adiós, hijo mío. Adiós, madre. Cuando Huberto dejó el sombrío departamento de la calle Astorg, llevaba ideas pesimistas.

Los frailes, en general, al ser los inspectores locales de la enseñanza en provincias, y los dominicos, en particular, al monopolizar en sus manos los estudios todos de la juventud filipina, han contraido el compromiso, ante los ocho millones de habitantes, ante España y ante la humanidad, de la que nosotros formamos parte, de mejorar cada vez la semilla joven, moral y físicamente, para guiarla á su felicidad, crear un pueblo honrado, próspero, inteligente, virtuoso, noble y leal.

Rafael, después de la partida de su amante, apenas salió a la calle. Le molestaba la curiosidad de la gente, la conmiseración burlona de los amigos que envidiaban su pasada felicidad y permaneció dos días en su casa, seguido por la mirada interrogante de su madre.

¡Envidiosas!... ¡De qué buena gana me quitarían mi «rey de las praderas»! Gould era aún más dichoso. Los millones de su esposa suponían poco en esta felicidad.

Habré llegado hasta el umbral de toda felicidad para caer al pisarlo; habré columbrado todas las alegrías para no alcanzar ninguna; me habré visto desposeído de todos los dones de la suerte, que me habrán sido arrebatados uno a uno. Siendo rico, joven y amado, ¿podía desear yo otra cosa que vivir? ¡Y lejos de eso moriré cuando Magdalena, que es mi vida, exhale el postrer aliento!...

Eres el único hombre que he amado... No sonrías así: me da miedo tu incredulidad... El remordimiento va unido á mi pobre amor; ¡te he hecho tanto daño!... Odio á los hombres, ansío causarles todo el mal que pueda, pero existe una excepción: ¡!... Todos mis deseos de felicidad son para ti; mis ensueños sobre el porvenir tienen siempre como centro tu persona... ¿Quieres que permanezca indiferente al verte en peligro?... No, no miento... Todo lo que te diga esta tarde es la verdad; ya no podré mentirte nunca.