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Porque al lado de una enferma joven o vieja, fea o hermosa, demostraba una solicitud amable, una especie de galantería intermedia entre el respeto y el amor. El mismo no ha sabido explicarse jamás la naturaleza de este sentimiento, pero todas las mujeres sienten por él una simpatía benévola que puede llevarle muy lejos.

¿Fea? ¡Nada de eso! ¿Quién ha dicho que es usted fea? No lo digo yo, ni lo dice nadie, y menos... Ricardo Tejeda. Encendióse la rubia al oír este nombre. Ricardo había sido su novio, lo sabía yo muy bien, él mismo me lo dijo en el Colegio, y Teresa no le perdonaba a mi amigo que, a poco de «terminar» con ella, hubiera visto con demasiado interés a la elegante y encantadora señorita.

Yo soñé que no debía haber nacido, ¿para qué nací?... ¡Dios se equivocó!, hízome una cara fea, un cuerpecillo chico y un corazón muy grande, ¿de qué me sirve este corazón muy grande?

Algunas hebras negrísimas entre muchas canas, y alguna línea suave en el ajado rostro, restos miserables de encantos vencidos por el tiempo, atestiguaban de que doña Manuela no fue fea, mas sin que la fisonomía ni el talle acusasen picardía o donaire.

Cuando venga la de la cara fea me encontrará sin una mota, pero con la conciencia como los chorros de la plata.

Dicho debiera estar ya y por si acaso, días hace; pero... basta de conversación, y no te espante la amenaza, que aunque el punto es pariente cercano del tratado aquí, no tiene la cara tan fea. Si las tuvieran iguales los dos me libraría yo mucho de darte a conocer la que no has visto todavía.

El mozo de Traiguerra que acometió a una vieja fea por suponerla el mismo demonio, después de oir un sermón de San Vicente, es absolutamente del mismo carácter que los posesionados del asuang referidos por el Sr. Villamor. ¿Y qué decir del patrocinio de San Isidro, invocado por los agricultores?

Váyase usted a correr aventuras, deshonre a su marido, perturbe dos matrimonios; ya vendrá, ya vendrá el estallido. No le arriendo la ganancia. El amancebamiento ahora, después la prostitución, el abismo. , ahí lo tiene usted, mírelo abierto ya, con su boca negra, más fea que la boca de un dragón.

Siempre estamos juntos. ¿Qué van a decir de nosotros las señoras que usted trata?... ¿Qué dirá esa norteamericana tan hermosa y tan elegante al ver que le robo su conversación?... Pero conmigo no hay celos posibles. Soy fea, soy pobre; en todo el buque no se encuentra una mujer que vaya peor vestida que yo.

Y sin pronunciar otra palabra fue al despacho y le entregó su cuenta. Sintió después el ruido que hacían al arrastrar sus baúles, oyó abrirse la puerta, oyó la voz de unos hombres que debían de ser los mozos de cuerda, y luego se cerró la puerta y todo quedó en silencio. Pero inmediatamente se presentó la cocinera. Era una mujer de más de cuarenta años y de tan fea catadura que inspiraba risa.