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No quedó empleo menudo de los que ponen en contacto a la ley con el pobre que él no monopolizase, y de este modo, vendiendo la justicia como favor y valiéndose de la arbitrariedad o la astucia para dominar al rebelde, fue haciendo camino y apropiándose pedazos de aquel suelo riquísimo que adoraba con ansias de avaro.

¿Usted ha traído este billete del Padre Hurtado? -, Señor. Y ¿nada le indicó que me dijera de palabra? Nada, Padre. Es raro. Haga favor de esperar un momento. El Rector estaba sorprendido. Que un hombre como el Padre Hurtado hubiera escrito esas cuantas palabras, tan faltas de sentido común, era un absurdo.

Hay que agregar la pureza inmaculada de su vida durante todos estos años en que se había visto segregada del trato social y declarada infame, y esa circunstancia influyó mucho en favor suyo.

Venía hecha la caricatura de una gran señora, con traje de baile muy escotado y guantes hasta el codo, uno de ellos sin abotonar. Vamos, don Quintín, hágame usted el favor de echarme estos botoncitos dijo al estanquero, presentándole la mano y acercándosele mucho.

El medio más sencillo de desvanecer aquellos temores y dejar en la impotencia a los parientes de su esposa, era que ésta hiciese testamento a su favor. El duque lo encontró naturalísimo. En la conferencia que iba a tener con ella, se lo propondría del modo más diplomático que le fuera posible, a fin de no alarmarla respecto a su enfermedad.

Y cuando se casen... no nos olviden tampoco, vengan siempre, vengan, por favor. Prométalo que vendrán, por lo menos en los primeros meses... Y Julio, mudo, la contemplaba con un asombro triste. Carmen apoyó las manos sobre las páginas abiertas del diario de Laura, para impedir que Adriana leyera ante todo, como pretendía, algo de las páginas últimas.

Y por ser ésta la verdad, digo que si muero en este reino y amparo desta corona, ha sido á más no poder, y por la necesidad en que me ha puesto la violencia de mis trabajos, asegurando al mundo toda esta verdad, y suplicando á mi Rey y señor natural que con su gran clemencia y piedad se acuerde de los servicios hechos por mi padre á la Majestad del suyo y á la de su abuelo, para que por ellos merezcan mi mujer é hijos, huérfanos y desamparados, que se les haga alguna merced, y que éstos, afligidos y miserables, no pierdan, por haber acabado su padre en reinos extraños, la gracia y favor que merecen por fieles y leales vasallos, á los cuales mando que vivan y mueran en la ley de tales.

Pepe sabía que la religión es, con respecto del incrédulo, lo que la seducción respecto a la mujer: el primer favor, la primera condescendencia, es prenda de vencimiento inevitable. Hasta dónde puede llegar el triunfo, nadie lo sabe; que así como la virtud, rendida por la pasión, pierde su albedrío, así el alma, avasallada por la fe, reniega de su propio criterio.

El pobre viejo no alcanzaba por qué medio sería ello; pero con los ojos de la imaginación veía al chico ya vestida la toga de vuelillos blancos, con el birrete puesto, la placa en el pecho y sentado en un sillón de alto respaldo, escuchando informes de abogados que, al dirigirse a él, hablarían con profundísimo respeto... y, de repente, vinieron el descuento, las pérdidas, los atrasos, la jubilación, reduciéndose el futuro juez a empleadillo colocado por el favor de un amigo, y a merced de quien tuviese influjo para quitarle cualquier día la plaza en provecho de otro.

Este detentador de fortunas ajenas, llegado a una insolente altura por sendas extraviadas y procedimientos vergonzosos, gozaba de un favor y de una influencia más insolentes todavía.