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Esa abundancia de establecimientos públicos excusa en cierto modo una extravagancia peculiar de los Berneses, que no carece de originalidad como símbolo del sentimiento nacional. Me refiero al Hoyo de los osos, encanto y orgullo de los ciudadanos de Berna.

Que aun suponiendo que esta literatura de moda es muy científica, exquisita y profunda, todavía se puede negar que sea bien encaminada literatura, sino mera extravagancia, ya que no propende a deleitar, sino a enseñar, fin que se cumple mejor que con novelas, con disertaciones fisiológicas, patológicas, histológicas y teratológicas.

Y halagado por la extravagancia del disfraz, se apresuró a meterse en la inmediata habitación para ponerse la bata. Para usted dijo Leonora a Rafael con maternal sonrisa sólo he encontrado esta capa de pieles. Vamos, quítese usted esa chaqueta que está chorreando. El joven se resistió ruboroso y avergonzado como una doncella. Estaba bien así; no le ocurriría nada; otras veces se había mojado más.

Si se pudieran averiguar todas las veces que el pueblo francés ha dicho hoy ¡muera! á lo mismo que ayer dijo ¡viva!, es seguro que se formaria la historia más curiosa del universo. No debe negarse que en todos los países suceden mil extravagancias; pero lo que es extravagancia en otras partes, es aquí consecuencia.

Así nuestros adversarios no habrian ganado nada sino el cargar con la ridícula extravagancia del concurso de agentes, para venir á parar á una substancia simple pensante, que es lo único cuya existencia nos proponíamos demostrar.

Acaso no sea yo mejor que el último mozo de cordel de Madrid, ora física, ora intelectual, ora moralmente considerado, y con todo, suponiéndome soltero, cualquiera linda dama podría tener aún el capricho de enamorarse de , sin que nadie lo censurara; pero, si del mozo de cordel se enamorase, todo el mundo tendría esta pasión por una extravagancia o por una locura.

, por cierto, contesto yo; admirablemente ejecutados; pero lo hábil de la ejecucion no quita al hecho su natural é inevitable extravagancia, porque es una cosa extravagante que el chocolate y el azúcar, objetos puramente privados, artículos puramente domésticos, se vean convertidos en sustancia artística.

Pero supongamos el mencionado encierro muy factible. ¿No llega Ignacio al último límite de la extravagancia y no nos hace recelar que está loco de veras cuando toma la determinación de quedarse para siempre entre los locos y de pasar allí su vida sin querer probar que está cuerdo?

Oía las palabras de Ido sin acertar a hacerle preguntas terminantes. ¡Fortunata, el Pitusín!... ¿No sería esto una nueva extravagancia de aquel cerebro novelador?

Fue cosa repentina, provocada por no qué, por esas misteriosas iniciativas de la memoria que no sabemos de dónde salen. Se acuerda uno de las cosas contra toda lógica, y a veces el encadenamiento de las ideas es una extravagancia y hasta una ridiculez. ¿Quién creería que Jacinta se acordó de Fortunata al oír pregonar las bocas de la Isla?