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Dejó el insigne bibliófilo otra prueba más de su inteligencia y de su infatigable labor en el grueso volumen que contiene el Catálogo de dichas estampas, el cual en su primera hoja lleva M. S. el epígrafe siguiente, puesto, probablemente, por alguno de los bibliotecarios capitulares del siglo XVIII. «De picturis quas Colón adquisiverat» en lo que no anduvo cierto quien lo escribió, pues el Catálogo no fué de pinturas, seguramente, sino de estampas; bastando para confirmar tal parecer el número extraordinario de las que se describen y los epígrafes con que están clasificadas, que indican los tamaños del papel y los diferentes grupos ó series que constituían la colección; hecho todo con una minuciosidad, que asombra la suma de paciencia invertida reveladora del cariño con que don Fernando hizo el Catálogo .

Pero justamente tan extraordinario número de obras dramáticas, en las cuales ha de fundarse su juicio, y la necesidad de circunscribirse en los límites trazados por esta historia, lo obligan á seguir diversa senda que sus predecesores.

Como día de San Juan debía haber algo de extraordinario; la señora, silenciosa, se entretenía en arreglar el cubierto del niño, mirando el lustre del cuchillo, los dientes del tenedor, palpando el pan, a fin de verificar si estaba tierno o no... Don Pablo paseaba, vuelto a su sombría preocupación... En la chimenea el viento soplaba lúgubremente... Pampa entró, preguntando si servía la comida.

En este día extraordinario, había sin embargo una cierta inquietud y agitación singular en todo el sér de la niña, parecidas al brillo de los diamantes que fulguran y centellean al compás de los latidos del pecho en que se ostentan.

Trae, trae, a ver. Pepe tomó el extraordinario, y después de pasar por él rápidamente la vista, dijo: Esto no tiene relación con lo que se esperaba sobre Estella; pero les han pegado una buena zurra. Verá Vd. El capitán general comuni...» Salta, hijo, salta eso. A ver lo importante.

El muchacho se fue a su casa como loco. Al ir a tirar del cordón de la campanilla, tuvo que detenerse un momento y hacer propósito de que sus padres no le conocieran en el rostro que le ocurría algo extraordinario. Leocadia le dijo al verle entrar: ¡Chico, vaya un capricho! ¿Te has puesto la mejor ropa que tienes para salir tan temprano?

Mario le contempló lleno de pasmo, como siempre que se acercaba desde hacía algún tiempo a aquel hombre extraordinario. Presentación no quedó ciega, pero desfigurada. Era un dolor ver aquel rostro, tan hechicero en otro tiempo, ultrajado por repugnantes costurones. La infeliz no cesaba de llorar, aunque con esto dañase a sus ojos, aún no curados por completo.

En cuanto al criminal, aunque lo sentenciaron á ser entregado al brazo secular para quitarle la vida, se probó que estaba loco, y lo encerraron en el convento de San Juan, en donde se dice que murió por los años de 1678. Para que este succeso fuese todavía más digno de llamar la atención, vino á unirse á él lo extraordinario del siguiente cuento que consigna cándidamente Góngora.

Cuando el portero vió salir no menos que á su señoría ilustrísima el inquisidor general fray Luis de Aliaga, de noche, á tal hora y con tal prisa, y á pie con un hombre que había entrado en el convento trayendo órdenes del rey, no pudo menos de maravillarse y santiguarse porque aquello era verdaderamente extraordinario.

Querido Antonio: No si continuar instándote para que no dejes de venir. Creo que me dará mucho sentimiento verte, pero te quiero tanto y tanto... Si vienes, ven pronto. Lo que me sucede, querido Antonio, es muy extraordinario.