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Extendiendo la vara de su oficio con la mano izquierda, puso la derecha sobre el hombro de una mujer joven á la que hacía avanzar, empujándola, hasta que, en el umbral de la prisión, aquella le repelió con un movimiento que indicaba dignidad natural y fuerza de carácter, y salió al aire libre como si lo hiciera por su propia voluntad.

Se irguió don Santos; volvió a descargar una palmada sobre el sombrero verde, y extendiendo una mano y dando un paso atrás, exclamó: Nada de violencias... ¡Ábrase a la justicia! ¡En nombre de la ley, abajo esa puerta! ¡Señor don Santos, a la cama! dijo el sereno, ya de vuelta . No puedo consentir que usted siga escandalizando.... Abra usted esa puerta, derríbela usted, señor Pepe.

Carlitos se apresuró a tomar la máquina, y con mano un poco temblorosa, comenzó a desarmarla, bajo la mirada fija y atenta de su familia. Según iba sacando las piezas, dejábalas esparcidas a granel sobre la mesa. ¡Alto allá! exclamó D. Bernardo extendiendo las manos. Las distintas piezas no pueden ni deben dejarse de este modo confundidas, exponiéndonos a que después no sepamos para qué sirven.

Dijo esta palabra con un alarido espantoso, levantándose del asiento y extendiendo ambos brazos como suelen hacer los bajos de ópera cuando echan una maldición. Jacinta se llevó las manos a la cabeza. Ya no podía resistir más aquel desagradable espectáculo. Llamó al criado para que acompañara al desventurado corredor de obras literarias. Pero Juan, queriendo divertirse más, procuraba calmarle.

21 Y si el sacerdote la considerare, y no pareciere en ella pelo blanco, ni estuviere más baja que la piel, sino oscura, entonces el sacerdote lo encerrará por siete días; 22 y si se fuere extendiendo por la piel, entonces el sacerdote lo dará por inmundo: es llaga.

Y dejando caer su cuchara en la sartén de arroz, lloriqueó largamente, bebiéndose las lágrimas. Después enrojeció con repentina rabia, mirando el pedazo de vega que se veía á través de la puerta, con sus blancas barracas y su oleaje verde, y extendiendo los brazos gritó: «¡Pillos! ¡pillosLa gente menuda, asustada por el ceño del padre y los gritos de la madre, no se atrevía á comer.

Extendiendo sus miradas sobre los patrones, con atención de artista, cogiendo ora la aguja, ora las tijeras, ya inclinada sobre la mesa, ya derecha y mirando desde lejos el efecto del corte; moviendo la cabeza para obtener la oblicuidad de la mirada en ciertas ocasiones, empezó a charlar, arrojando las palabras como un sobrante de la potencia espiritual que aplicaba a su obra mecánica.

La mujer levantó la cabeza con sorpresa. ¡Oh señora! Aquí todos conocen, , todos conocen bien a ese señor. ¿Dónde vive? La mujer se levantó de la silla, vino a la puerta y extendiendo el brazo: ¿No ve usted aquella casa donde hay un establecimiento de comestibles, de donde sale aquel hombre ahora mismo?

Y repartidos en grupos ocuparon todas las bocacalles que daban á la plaza, disparando contra el cuartel. Un hombre gordo y obscuro de color, oficial de la policía, se mostraba en una de las ventanas con una tranquilidad asombrosa. Extendiendo un brazo, disparaba su revólver contra los rebeldes: ¡Canallas! ¡Hijos de...tal! ¡Perros!

Los marineros que salían de madrugada a la pesca, al poner el pie en el muelle veían muchas veces un gran pedazo de cielo azul sobre las casas lejanas del Moral, que se iba extendiendo lentamente hacia los cuatro puntos cardinales, dejando suspensas sobre el horizonte algunas levísimas rayas de niebla de color violeta semejando grandes cejas.