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Después de comer, fui a contemplar mis hombrecillos que yacían lastimosamente en la alameda. ¡Rotos, pulverizados! lo mismo que mis ilusiones y mi felicidad, que creía perdidos para siempre. Tal vez os admiréis de mi falta de perspicacia, pero ¿quién, aun sin tener la excusa de mis diez y seis años, no ha demostrado una ceguedad increíble, por lo menos una vez en la vida?

Todos formulaban mentalmente la misma excusa para disculpar su debilidad. ¡Si pillasen en campo raso a aquella gente!... Al pasar frente al Círculo Caballista, aparecieron tras los cristales varias cabezas de jóvenes. Eran señoritos que seguían con inquietud mal disimulada el desfile de los huelguistas.

Yo no voy a expresar ahora lo que Azorín ha sentido mientras llegaba a los senos de su espíritu esta música delicada, inefable. El mismo epíteto que yo acabo de dar a esta música me excusa de esta tarea: inefable, es decir, que no se puede explicar, hacer patente, exteriorizar lo que sugiere.

Estos días, los preparativos del baile, el bullicio de la fiesta, le han alejado de nosotros; pero también usted es tan excesivamente inclinado a sus soledades y sus estudios, que nunca se le ve. De los convites, aun de los más íntimos, siempre se excusa; en habiendo alguien de fuera, desaparece usted como por encanto. Y usted, sin embargo, no es huraño, sino cariñoso, afable.

Forjé ensueños insensatos, proyectos monstruosos que no tendrían excusa si no hubieran sido concebidos en un acceso de fiebre.

Sírvame de excusa el haberle llamado meditación, y el ser la meditación sobre un asunto tan vasto y tan en relación con todos los asuntos como es el dinero.

Así es que la cáustica frase que bailaba en la punta de su lengua expiró en sus labios y se limitó a recibir una tímida excusa con altiva mirada, recogiéndose la falda como para evitar la proximidad de un ser contagioso. De regreso a la sala del colegio, sus ojos cayeron sobre las azaleas, presintiendo una revelación.

Este cuarto está hecho una leonera me dijo. ¿Qué quiere usted? en este país... Y quedó muy satisfecho de la excusa que a su natural descuido había encontrado.

Ninguna tristeza, ninguna vergüenza le esperaba allá. Hasta se vería libre de don Benito Valls y de su hija, a los que había abandonado de un modo incorrecto, sin palabras de excusa. El rico chueta, según anunciaba su hermano en la carta, vivía ahora en Barcelona para cuidar mejor de su salud.

Era vino de ricos, del que ellos no conocían. ¡Oh! ¡aquel don Luis era todo un hombre! Algo calavera; pero la juventud le servía de excusa y además tenía un gran corazón. ¡Todos los amos que fuesen como él!... ¿Pero, qué vino, compañero? se decían unos a otros, enjugándose los labios con el reverso de la mano.