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A este Goethe se lo puede tragar una tempestad, conforme; pero con su panza de acero y su triple quilla, es como una isla en medio de estos mares que hace menos de un siglo se llevaban lo mismo que plumas a las fragatas y bergantines en que fueron a América los ascendientes de los millonarios actuales.

Es preciso que esté muy borracho, es preciso que tenga instintos verdaderamente malos o rencores muy profundos, para que atente contra la vida de su adversario. Su objeto es sólo marcarlo, darle una tajada en la cara, dejarle una señal indeleble. Así se ve a estos gauchos llenos de cicatrices que rara vez son profundas.

Dando su fuerza á la máquina, el arroyo se ha convertido en un gigantesco esclavo, reemplazando él solo á los millares de prisioneros de guerra y la servidumbre de mujeres que llenaban los palacios de los reyes; toda la labor de estos tristes animales encadenados, sabe el torrente hacerla mejor que jamás fué hecha, ¡y cuántas otras cosas haría además!

Estos bestias están dispuestos a morir por su rey. Oh, no lo diría. Además ¿para qué? No había de convencer a nadie; unos son fanáticos y otros aventureros y ninguno está dispuesto a dejarse persuadir. Pero no crea usted que todos tienen un gran respeto ni por don Carlos ni por sus generales. ¿No ha oído usted en la posada que hablan algunas veces de don Bobo? pues se refieren al Pretendiente.

Sus pupilas, verdes, tenían la opacidad calmosa de los ojos bovinos cuando quedaban libres de unos lentes de miope. Pero apenas estos cristales montados en oro se interponían entre ella y el mundo exterior, las dos gotas glaucas tomaban una agudeza perforadora de personas y objetos. Otras veces esparcían en torno un vacío altivo y glacial, semejante al círculo que traza una espada.

Las raquetas de los empleados, miradas con ojos de perdidosos, parecen enormes... ¿Ha visto usted con lo que se sale ahora la baraja? exclama uno de los que habían puesto a encarnado . Mire usted... Y enseña su cartón. Estos cartones están divididos en columnas donde se marcan con puntos los colores que ganan.

La superioridad de esta comedia no consiste tanto en la intriga, cuanto en la ingeniosa pintura de los caracteres, aunque á veces éstos degeneran más de lo necesario en caricaturas burlescas.

Tanto llegó a fastidiar a los pulperos de la esquina del Arzobispo, esquina de Palacio, esquina de las Mantas y esquina de Judíos, que encontrándose éstos un día reunidos en Cabildo para elegir balanceador, recayó la conversación sobre el mayordomo don Julián de Córdova y Soriano, y los susodichos pulperos acordaron no venderle más huevos.

El amigo García gozó el privilegio de asistir a estos ensayos y hacer sobre ellos profundas y sabias disquisiciones, aunque siempre confidenciales, esto es, cuando se ponía al habla con Tristán. De otra suerte, sentía por el anciano académico un medroso respeto. Desde que comenzaron los ensayos todas las facultades psíquicas de García se concentraron en este magno acontecimiento.

El papú corrió por la terraza, y entró en la estancia donde se hallaban el Capitán, Hans y el chino. Avanzó hacia ellos, y con un gesto que no carecía de nobleza les dijo: ¡Sois libres, y huéspedes gratos del jefe Uri-Utanate! Pero ¿quiénes son éstos? le preguntó el jefe, que lo había seguido . ¿No son enemigos nuestros? No, padre.