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Créeme, Ester, hay pocas cosas, ya en el mundo exterior, ó ya á cierta profundidad en la esfera invisible del pensamiento, hay pocas cosas, repito, que queden ocultas al hombre que se dedica seriamente y sin descanso á la solución de un misterio. puedes ocultar tu secreto á las miradas escudriñadoras de la multitud.

4 Porque vendidos estamos yo y mi pueblo, para ser destruidos, para ser muertos y echados a perder. Si para siervos y siervas fuéramos vendidos, me callaría, aunque el enemigo no compensara el daño al rey. 6 Entonces Ester dijo: El varón enemigo y adversario es este malvado Amán. Entonces se turbó Amán delante del rey y de la reina.

Pero algo más importante que la entrega de un par de guantes bordados, obligó á Ester entonces á solicitar una entrevista con un personaje de tanto poder y tan activo en los negocios de la colonia.

Y en realidad esto, y el más acerbo desdén, parecía que era lo único que había para ella en el corazón de sus conciudadanos. No era aquella una época de delicadeza y refinamiento en las costumbres; y aunque Ester se diese exacta cuenta de su posición, y no hubiera peligro de que la olvidara, con harta frecuencia se la hacían sentir de una manera muy ruda, y cuando ella menos lo esperaba.

Pero lo que atrajo todas las miradas, y lo que puede decirse que transfiguraba á la mujer que la llevaba, de tal modo que los que habían conocido familiarmente á Ester Prynne experimentaban la sensación de que ahora la veían por vez primera, era LA LETRA ESCARLATA, tan fantásticamente bordada é iluminada que tenía cosida al cuerpo de su vestido.

Terminado el período de encarcelamiento á que fué condenada Ester, se abrieron las puertas de la prisión y salió á la luz del sol que, brillando lo mismo para todos, le parecía sin embargo á su mórbida imaginación que había sido creado con el único objeto de revelar la letra escarlata que llevaba en el seno de su vestido.

Entre y yo la balanza está perfectamente equilibrada. Pero, Ester, el hombre que nos ha agraviado á los dos vive. ¿Quién es? No me lo preguntes, replicó Ester mirándole al rostro con firmeza. Eso nunca lo sabrás. ¿Nunca, dices? replicó el médico con una sonrisa amarga de confianza en mismo. ¿Nunca lo sabré?

Pero ahora se apoderó de Ester la idea de que Perla, con su notable precocidad y perspicacia, había llegado ya á la edad en que podía hacerse de ella una amiga y confiarle mucho de lo que causaba el dolor de su corazón maternal, hasta donde fuera posible teniendo en cuenta la consideración debida á la niña y al padre.

No hay nada bueno que esperar para él ni para ni para ni aun siquiera para mi pequeña Perla. No hay sendero alguno que nos saque de este triste y sombrío laberinto. Mujer, casi podría compadecerte, dijo el médico á quien no fué posible contener un movimiento de admiración, pues había una cierta majestad en la desesperación con que Ester se expresó.

Poco á poco, aunque no con mucha lentitud, los trabajos de Ester se fueron haciendo de moda, como hoy se dice, ya por compasión hacia una mujer cuyo destino había sido tan desgraciado, ya por la mórbida curiosidad que da un valor ficticio á cosas comunes ó que no tienen ninguno, ya porque entonces, como ahora, se concediera á ciertas personas, por cualquiera razón, lo que otros solicitan en vano, ó porque Ester llenara realmente un vacío que se dejaba sentir; es lo cierto que halló frecuente empleo para su aguja, y bien remunerado.