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Perla, con la viveza caprichosa que la caracterizaba, se dirigió hacia él, y tomándole una de las manos entre las suyas, apoyó en ella su mejilla: caricia tan tierna, y á la vez tan natural, que Ester, al contemplarla, se dijo para sus adentros: "¿Es esa mi Perla?"

Wilson, que había legado una considerable fortuna, tanto en la Nueva Inglaterra como en la madre patria, á Perlita, la hija de Ester Prynne.

Y ¿quién se dice, mi excelente señor, que es el padre de la criaturita, que parece contar tres ó cuatro meses de nacida, y que la Sra. Prynne tiene en los brazos? En realidad amigo mío, ese asunto continúa siendo un enigma, y está por encontrarse quien lo descifre, respondió el interlocutor. Madama Ester rehusa hablar en absoluto, y los magistrados se han roto la cabeza en vano.

Pero había para Ester Prynne una vida más real en la Nueva Inglaterra, que no en la región desconocida donde se había establecido Perla. Su culpa la cometió en la Nueva Inglaterra: aquí fué donde padeció; y aquí donde tenía aún que hacer penitencia.

Tal vez era aquello un recurso que instintivamente encontró su espíritu para librarse, por medio de la contemplación de estas visiones de su fantasía, de la abrumadora pesadumbre de la realidad presente. Pero sea de ello lo que fuere, el tablado de la picota era una especie de mirador que revelaba á Ester todo el camino que había recorrido desde los tiempos de su feliz infancia.

Pero mientras Perla decía esto, se echó á reir y empezó á bailar con la gesticulación petulante de un pequeño trasgo, cuyo próximo capricho sería escaparse por la chimenea. ¿Eres en realidad mi hija? le preguntó Ester.

Te he dejado entregada á la letra escarlata, replicó Rogerio. Si eso no me ha vengado, no puedo hacer más. Y puso un dedo en la letra, con una sonrisa. ¡Te ha vengado! replicó Ester. Es lo que creía, dijo el médico. Y ahora ¿qué es lo que quieres de respecto á ese hombre? Tengo que revelarle el secreto, respondió Ester con firmeza, tiene que ver y saber lo que realmente eres.

12 Y añadió Amán: También la reina Ester a ninguno hizo venir con el rey al banquete que ella dispuso, sino a ; y aun para mañana soy convidado de ella con el rey. 13 Mas todo esto nada me sirve cada vez que veo al judío Mardoqueo sentado a la puerta del rey.

Ester la miró fijamente; pero aunque en los ojos negros de la niña había la singular expresión que tantas veces notara en ellos, no pudo descubrir si para Perla tenía realmente alguna significación aquel símbolo, y experimentó una mórbida curiosidad de averiguarlo. ¿Sabes acaso, hija mía, por qué tu madre lleva esta letra?

Con tal vigor se espació sobre este símbolo, durante la hora ó más que duró su peroración, que llenó de terror la imaginación de los circunstantes á quienes pareció que su brillo escarlata provenía de las llamas de los abismos infernales. Entretanto Ester permaneció de pie en su pedestal de vergüenza, con la mirada vaga y un aspecto general de fatigada indiferencia.