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Parecía que la tortura debía ser intolerable, porque un estado de desmadejamiento general reemplazó a la irritación convulsiva que hasta entonces había sostenido a Lescoët. Se encuentra mal dijo Zeli con el gratel levantado.

Débil todavía y en estado nervioso, vese turbada al propio tiempo por esa tempestad interior. Interior, pero no oculta. El mar, el impertérrito mar, trae y descubre á la piel aquella agitación que no quisiera descubrirse á nadie, vendiéndola por medio de granitos, de ligeras eflorescencias.

En tan congojoso estado de indecisión se hallaba el americano cuando sucedió lo que hemos visto en el capítulo anterior: el encuentro con los amartelados jóvenes y la conversación con Andrés, a quien quiso sonsacar. Aquella noche le picaron los celos crudelísimamente y el demonio de la voluptuosidad le presentó a su sobrina más hermosa y apetecible que nunca.

Había hecho su carrera en las oficinas de Hacienda, y toda la vida había profesado ideas contrarias al predominio de la milicia. Sostuvo siempre que las sanguijuelas del Estado no eran ellos, los empleados, sino el ejército y la marina. Para demostrarlo aducía datos, exhibía notas sacadas del presupuesto, se perdía en divagaciones burocráticas.

Esto era lo que había estado esperando toda la mañana: ya sabía que más tarde ó más temprano había de llegar, y por eso no se había separado de la tienda.

Parecióme todo un juego de azar, y miré con indiferencia mi propio destino y el destino de los pueblos. En un estado tal, quise arrojarme desenfrenadamente á los placeres, quise ahogar el grito de mi dolor en el estrépito de la bacanal y de la orgía; mas en vano: mi corazon era ya la hoja que se desprende del árbol al soplo de las auras del otoño, mi actividad estaba muerta, muerta como mi alma.

Entró el padre Aliaga en una extensa y magnífica cámara, en la misma en que presentamos al principio de este libro á la duquesa de Gandía. Llevaba el confesor del rey la cabeza inclinada, las manos cruzadas y el corazón de tal modo agitado, que quien hubiera estado cerca de él hubiera podido escuchar sus latidos.

Aquella casa era la solariega de los Gómez de Pomar; y bien sabe Dios la tristeza conque la vi en estado tan deplorable, más que por simpatía de parentesco, por impulso natural de hombre honrado y de buen gusto.

¿Y a usted qué le parece? se atrevió a preguntar tímidamente Jaime. Haz lo que quieras dijo «la Papisa» con frialdad . Sabes que hemos estado muchos años sin vernos, y lo mismo podernos seguir el resto de nuestra vida. y yo somos ahora como de otra sangre; pensamos de distinto modo; no podemos entendernos. ¿De modo que debo casarme? insistió él. Eso pregúntalo a ti mismo.

Corrí hacia él, deshice sus ligaduras... ¡y le abracé llorando! A partir de aquel momento, y gracias a , conquistó una brillante posición. Caffarelli proclamole su vencedor. Pero este vencedor llegó a ser un amigo de corazón y su casa ha estado abierta siempre para . Su fortuna no le ha cambiado.