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Deme ahora su mano por despedida... Gracias. Y perdone si se la oprimo tan de veras, porque nunca se ha creído tan honrada la de esta su buena amiga.

No niego que habrá muchas y honrosas excepciones: no condeno la intencion virtuosa de uno ó mil individuos. Hablo de la temperatura general que, en mi juicio, tiene aquí la conciencia. Esta verdad se descubre más fácilmente en los cocheros.

La casamentera se limita a decir: «todo está arreglado». Se le piden informes, detalles, y ella repite impertérrita: «le digo que está arreglado todo». En el círculo va pasando la voz: «todo está arreglado». Y aunque, en realidad, nada haya arreglado, acaba todo por arreglarse, debido a esa suave presión del medio, a la atmósfera favorable, al ambiente, digamos así, que todo el circulo de relaciones ha creado a la boda.

Me pareció que una aguda punta entraba hasta lo más profundo de mi corazón. ¡Imposible! exclamé. Elena no puede engañarse... Jamás una palabra mía ha podido causarle la ilusión del amor. Mejor para ella en ese caso dijo Luciana con indiferencia. He conservado una impresión penosa de esta conversación. Me siento más estrechamente unido que nunca con Luciana.

Arrimados a ellos había un canapé, varias sillas y otros muebles contemporáneos de la cómoda; colgado sobre ésta, un Eccehomo entre dos cornucopias de buena talla dorada; sobre el canapé, una Purísima, y enfrente de estos cuadros, otros dos, de santos también, todos ellos al óleo y en marcos dorados, pero sumamente deslucidos ya.

Conque vea usted si tengo razón para decir que los materiales para esta obra son los más preciosos y más abundantes que pueden desearse. Vamos pues a delinear la planta.

Esta otra habitación va mejor con mis gustos. Había entrado en el dormitorio de la señora Desnoyers, admirando su mueblaje Luis XV, de una autenticidad preciosa, con los oros apagados y los paisajes de sus tapicerías obscurecidos por el tiempo. Era una de las mejores compras de don Marcelo.

Igualmente hay en este cuarto diferentes fragmentos menudos incapaces de servir, de brazos, piernas y demás de estátuas y otras hechuras que no van expresadas en esta relación por no subsistir sin poderles dar destino á dichos fragmentos con arreglo á las que en ellas se refieren, como lastimadas.

14 Y miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del hombre, que tenía en su cabeza una corona de oro, y en su mano una hoz aguda. 15 Y otro ángel salió del templo, clamando con alta voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar te es venida, porque la mies de la tierra está seca.

¿Cómo está doña Paula? ¿Le ha desaparecido la rija del ojo? ¿Y Pablo? ¿Continúa con la misma afición a los caballos? ¿Y Venturita? A todas sus preguntas respondió el señor de Belinchón con monosílabos. ¿Sabes, Gonzalo dijo parándose de pronto, que por un poco me mato ahora mismo? ¡Cómo! Le contó con prolijidad el percance del muelle. Terminado el relato, cayó en una profunda consternación.