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Es uno de ellos el oso pescador, desabrido, vagabundo bajo su valiosa piel y su gordura, que le permite ayunar á intervalos. El otro, de aspecto singular, á cierta distancia parece un pez sentado sobre su cola, pez mal conformado y desmañado, con largas nadaderas colgantes. Este semi-pez es el hombre. Ambos se ventean y se buscan: los dos están hambrientos.

5 ¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob, tus habitaciones, oh Israel! 6 Como arroyos están extendidas, como huertos junto al río, como árboles de sándalo plantados por el SE

Hacía una hora que el padre y los hijos se hallaban sentados en el tronco cortado de un árbol, a la orilla del río, el ojo alerta y los pies en la nieve, como al acecho. De vez en cuando el anciano decía a sus hijos: No cómo tiritan tanto allá abajo. Nunca he visto una noche tan templada en este tiempo; es una noche de corzos; los arroyos no están siquiera helados.

Aunque los yerbales de cultivo de los pueblos están bastante deteriorados y son cortas las cosechas, sin embargo siempre podemos regular en 500 pesos su producto anual, después de rebajados los jornales que pueden emplearse en cultivarlos y beneficiar la yerba.

Anchas avenidas y barrios enteros de magníficos edificios rodean la primitiva ciudad, con sus calles estrechas, tortuosas y pintorescas. En los barrios modernos residen las clases acomodadas, y en el centro están situadas las tiendas y vive una población pobre, turbulenta y en parte criminal, que se oculta en sus obscuras callejuelas.

Un abismo nos separa; no hay reconciliación posible. Es preciso que nos odiemos de muerte. Huye de ; para no eres prójimo. Hay cosas que están por encima de los vínculos de la familia. La vida no se reconcilia con la muerte, ni la luz con la obscuridad. Adiós.

«Si yo no oliese a colonia, ¡a qué oleríapensó. Pero olvidó enseguida su vergüenza al oír a Serafina que, quedándose muy seria, con la voz algo ronca con que le hablaba siempre en la intimidad de su pasión, le dijo, otra vez, al oído casi: Acércate más, aquí nadie ve nada... ya todos están borrachos.

-Calla, Sancho -dijo Ricote-, que las ínsulas están allá dentro de la mar; que no hay ínsulas en la tierra firme. ¿Cómo no? -replicó Sancho-. Dígote, Ricote amigo, que esta mañana me partí della, y ayer estuve en ella gobernando a mi placer, como un sagitario; pero, con todo eso, la he dejado, por parecerme oficio peligroso el de los gobernadores.

A la sombra de un arce del Japón, están, en tazas rústicas, la wellingtonia del Norte, que es el pino más alto, y la araucaria, el pino de Chile.

Los recuerdos de mi infancia están estrechamente ligados con la Hacienda de San Isidro Labrador, en donde residíamos la mayor parte del año.