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Mira, chica, mira a aquel señorito cómo se lleva a esos pobres niños... El hijo del brigadier sintió un dulce estremecimiento de gozo al escuchar aquellas palabras: y siguió triunfante con los dos niños. Pero en la esquina de la calle del Prado sintió unos pasos precipitados que seguían los suyos y oyó que le decían: Caballero, déjeme V. llevar uno de esos niños. La voz era conocida.

Afirmo, bajo mi palabra de honor, que hemos visto aquellos bustos originales en los lugares indicados; el de azúcar, en una de las confiterías de la calle de San Honorato, y el de chocolate, en la esquina del gran hotel del Louvre. Pero estaban admirablemente ejecutados, se dirá.

Roussel estaba transportado de júbilo: le hubieran colocado en una esquina de la mesa y no hubiera chistado. Se encontraba al lado de Herminia y radiante, rejuvenecido, empezó desde luego á hacer la corte en toda regla á su nuera de adopción.

Pronto se dejó ver la cabeza de la procesión que, procediendo lenta y majestuosamente, doblaba una esquina y se abría paso al través de la muchedumbre que llenaba la plaza del mercado.

Vuelta a la meditación, tomando el hilo de ella en el mismo punto en que lo había soltado... «Y aunque el Sr. de Feijoo lo niegue hoy, es tan verdad que me rondaba la calle al año de perder a mi Jáuregui... tan verdad como que nos hemos de morir. Y si no, ¿qué hacía plantado en aquella dichosa esquina de la calle de Tintoreros?

Sólo pudo conocer a las semi enclaustradas y hasta las de carácter más suave vivían sin transfigurarse por la piedad y sin que nunca iluminase sus caras el deseo sobrenatural. En una esquina del claustro había un Cristo crucificado, dentro de un nicho practicado en el espesor del muro. Era de tamaño pequeño; con la cabeza echada hacia atrás, abría la boca en un estertor de agonía cruel.

Pero un nimio incidente, punzando su vanidad, lo arrastró de nuevo. El primer domingo, Nébel, como todo buen chico de pueblo, esperó en la esquina la salida de misa. Al fin, las últimas acaso, erguidas y mirando adelante, Lidia y su madre avanzaron por entre la fila de muchachos.

Dentro del coche silencio religioso; dijérase que era un recinto encantado. El viajero corrió el transparente azul, cubriendo la lámpara; recostose en una esquina cerrados los ojos, y, estirando las piernas, las apoyó en el asiento fronterizo. Así pasaron estaciones y estaciones.

Desde el balcón, levantando un poquito la cortina, seguíale con la vista cuando iba al café con el cigarro en la boca. Y después que daba la vuelta a la esquina, todavía contemplaba, hasta que se disipaba en el aire, la última bocanada de humo que había soltado.

Hecha Lucía un ovillo en la esquina del departamento, sollozaba sin amargura, con algún hipo, con vehemente llanto de niña inconsolable.